Documento 7/11 - 1 de febrero de 2011

HABLA, PUEBLO, HABLA

Autor: Lola Fernández Burgos


En medio de toda la oleada de revolución popular que se vive en Egipto y que lejos de dejarnos indiferentes debiera servirnos de toque de aviso ante las imprevisibles consecuencias que puedan derivarse de una u otra vía de salida para tal situación, me encuentro reflexionando sobre los tiempos políticos que se avecinan en nuestro país, tan distinto al egipcio. Y es curioso, pero no estoy pensando en las personas que ejercen como políticos sino en el electorado.

   En España y desde que yo tengo uso de razón democrático, es decir, desde que empecé a vivir los primeros comicios democráticos, tras la ejemplar y admirable transición, los electores han dado siempre una lección de sabiduría que ha sorprendido a propios y extraños, tanto a quienes les ha beneficiado como a quienes les ha perjudicado el resultado de su voz. Porque ya se sabe que el pueblo habla en las urnas, y a mí siempre me ha sorprendido gratamente que supiera decir tan clarito lo que deseaba.

   Muchas cosas son diferentes desde aquellos tiempos de cambio, en los que lógicamente la política era un tema apasionante a nivel general por lo novedoso de todos sus aspectos. Porque había que empezar a aprender una terminología que para la inmensa mayoría era como de ciencia ficción, empezando por nociones tan básicas como diferenciar entre partido o coalición, abstención o voto en blanco, y si me apuran hasta derechas e izquierdas.

   Para las personas mayores que habían vivido la dictadura siendo conscientes de que así era, los conocimientos puede que ya los tuvieran, pero a cambio sentían un miedo desconocido para los más jóvenes, ignorantes por completo de la teoría política y las diferentes opciones de sistemas, ideologías y todo lo demás. Recuerdo cuando Franco estaba enfermo que los más mayores decían que estaban asustados, y yo no entendía por qué. Con el tiempo lo comprendí todo perfectamente y admiré más si cabe la manera de pasar de un totalitarismo a una libertad demócrata sin víctimas y sin perdedores ni ganadores.

   Aunque tal vez sí hubo un ganador, el pueblo soberano. La gente tiene el poder, nunca me cansaré de decirlo. Elector versus políticos, pero no enfrentados, sino diferenciados, en planos distintos. Y creo que tras una época tan difícil políticamente, es el momento de que surja la respuesta responsable del elector, no para castigar o premiar sino para corresponder con su aportación al trabajo de sus representantes. Ahora les toca a los electores estar y saber estar.

   La derecha no tiene problemas de fidelidad electoral, sería largo para explicarlo aquí y ahora. Es la izquierda la que cuenta con un electorado que si está descontento se abstiene, logrando con ello beneficiar al adversario. Siempre me ha parecido incomprensible que por desacuerdo con tu amigo apoyes a tu enemigo. Hay momentos en que hay que estar ahí, a pesar de los pesares, por mucho que te cueste. Los políticos no son un peligro a extinguir sino quienes trabajan por la ciudadanía, y ésta les ha de corresponder no absteniéndose, porque ello no sólo es un derecho sino al mismo tiempo un irrenunciable deber.

   Por eso no es extraño que sabiendo lo que está ocurriendo en Egipto me acuerde de la gente y del poder que ostenta, que ni los más avezados sociólogos atinan a predecir en su justa medida. Es el pueblo el que manda, el que no se deja manejar ni mentir, el que reconoce el trabajo bien o mal hecho y lo enmarca en una determinada situación, eso que aprendimos en su momento a llamar coyuntura. Para los tiempos difíciles que corren hay que estar a la altura de los más fuertes, y eso el electorado que tiene la sabiduría que da la vida lo tiene que reconocer y valorar. Y sobre todo, una vez llegado el momento, lo que tiene que hacer el pueblo es hablar. Tan bien hablado como siempre.