Documento 22/11 - 5 de mayo de 2011

¿Cuánto vale un vuelo “Low Cost”?

Autor: David Bastidas, Cantaor


Parece que se va a convertir en algo habitual que cada vez que salgo de gira me suceda algo antes de llegar a mi lugar de destino. En Colombia nos quedamos en medio de la Sabana húmeda de Bolívar, por las inundaciones, a la ida, y a la vuelta, abandonamos Santa Cruz de Mompox en lancha. Para llegar a la considerada Capital de Europa no fue mucho más fácil, más recursos, pero menos solidaridad.

Mi viaje desde Sevilla con Ryanair empezó a las 6 de la tarde, aunque el avión salía a las 8. Cuando llegué a la ventanilla, para facturar el equipaje, estaba con el corazón en un puño, puesto que estas compañías “low cost” te intentan cobrar por todo lo que puedan. Uno de los engaños más habituales es que, si no imprimes la tarjeta de embarque cuando haces la facturación On-line, al llegar a la ventanilla, te cobran 40 euros por imprimírtela. El papel de este tipo de tarjetas lo deben de utilizar para dar el dorado a los pasos de Semana Santa, pues si no,  no se entiende que por una impresión de un papel te cobren ese dinero. Lo más fuerte no es que te cobren por imprimirlo, sino que una vez que pagas los 40 euros, en concepto de exceso de equipaje, viajas con los mismos papeles con los que llegaste al principio. Sí, sí , un robo.

El vuelo salió con 30 minutos de retraso, aunque el vuelo a Charleroi (Bélgica) llegó puntual, y esto se debe a que ponen horarios falsos para asegurarse de que, aunque exista un retraso en la salida (algo habitual), se llegue a la hora puesta en la preciosa tarjeta de embarque, y así evitar reclamaciones por retrasos etc…

Este aeropuerto belga está aproximadamente a unos 40 kilómetros de la capital, y hay autobuses cada media hora hasta Bruselas. Muchas personas utilizan estos vuelos “Baratos” por lo que los autobuses están muy solicitados. Cuando terminé de recoger mi maleta, ya no quedaba ni una plaza libre. Si esto te sucede hay otra opción, que es buscar a 4 o 5 personas que estén en tu misma situación y viajar, más o menos por el mismo precio, pero en taxi. Ninguna de las opciones fueron buenas para mí ya que, dada la hora, era el último bus y ya todos los excedentes, como yo,  se habían agrupado para los taxis disponibles.

En un momento me vi en la puerta de la salida de un aeropuerto belga, a unos 40 Kilómetros de mi destino, a las 12 de la noche, con una maleta naranja fosforita, una mochila en la espalda y sin conocer el idioma. Empecé a andar para ver si veía a alguien más y vi a una mujer joven, delgada, con gafas y camiseta blanca, que estaba casi llorando. Me acerqué y estaba en la misma situación que yo. Le ofrecí viajar en uno de los taxis convencionales, ella accedió y, después de hablar con el taxista y negociar 100 euros, nos subimos al taxi porque era la una muy buena solución a nuestro problema, un poco caro, pero asequible si la pagas entre dos personas.

Nos subimos en el taxi y nos encarrilamos hacia una autovía de tres carriles con muy poco tráfico y bastante bien iluminada, cuando la muchacha (cordobesa, de Erasmus) le dijo en francés donde tenía que dejarnos. Al parecer, el taxista había hablado con su jefe, y este le había ordenado poner el taxímetro y que nos cobrara lo que pusiera al final del trayecto, pero esa información no la obtuvimos nosotros hasta una decena de kilómetros después. Por lo tanto, la opción de los 100€ se desvanecía para entrar en otra opción indecisa que, por supuesto, saltaría de los 150.

Después de muchas conversaciones con mis impulsores belgas y de recontar el dinero que podríamos reunir entre Julia y yo, no llegábamos a lo que creíamos (ilusos) que sería nuestro coste de desplazamiento. Cuando Legamos al destino de Julia, el taxímetro marcaba 184 €.

A Julia vinieron a recogerla unos amigos y le prestaron el dinero que a ella le faltaba. Yo pude reunir 90 euros para pagar mi parte. Pusimos el taxímetro a 0 y yo seguí montado en aquel taxi, en solitario, acompañado de un taxista turco que no hablaba ni papa de español ni de inglés, y yo, tampoco de turco y francés. 4 idiomas, y ninguno en común….

Mi próximo destino era una estación de metro cercana, donde la carrera no costaría más de 10 euros, que yo no tenía pero que pagarían en el destino. El turco, con complejo de mafioso siciliano, con un GPS en la mano y su teléfono en la otra, empezó a darme vueltas por Bruselas, porque no sabía llegar al sitio. Llamó un par de veces por teléfono y preguntó también a varias personas, pero en ningún momento se le ocurrió parar el taxímetro. Pasados unos 15 interminables minutos, paramos en una plaza y esperamos como otro minuto. Estábamos esperando a un amigo del taxista, también turco, pero un poco más simpático. El taxista sabía que lo había hecho fatal y, al parecer, quería tener refuerzos por si a alguien se le ocurría irse sin pagar, y el que no quería pagar en el destino fuera más fuerte que él.

Al llegar a mi lugar de destino, una parada de metro situada al lado de un gran castillo marrón con grandes ventanales góticos, esperamos a que vinieran a por mí, y el taxista me advirtió de que él se esperaba lo que hiciera falta, pero que el taxímetro seguía corriendo. A mí, la verdad es que ya casi todo me daba igual. Cuando Raúl llego, el taxímetro marcaba casi 40€, de los cuales se negociaron y sólo se pagaron 15.

En resumen: 190 € incluyendo 15 kilos de equipaje, ida y vuelta + 40 € por impresión de la tarjeta de embarque + 105 € de taxi + 14 € para la vuelta de Bruselas a Charleroi

Un “low cost” a Bruselas cuesta 349 €, poder contar una historia así... no tiene precio.