POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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DESIDIA ESTIVAL

Qué tedioso el verano cuando no puedes irte de vacaciones y hay que quedarse en un lugar que no es que no te guste, porque te gusta, sino que llevas todo el tiempo en él y necesitas cambiar de aires, y de paisajes, y de sabores, y de sonidos, y de personas, etcétera. Cambiar, cambiar. Es necesario cambiar ¡A veces tantas cosas!

Creo que como no tengo ganas de coger el coche, voy a dejar el siguiente rule por el altiplano para mejores momentos, porque la verdad es que me hallo algo apática, y así no se va a ningún lado. Miraré el cielo, que nunca es igual de un día para otro. Contaré nubes y veré si tienen formas significativas, aunque creo que están tan aburridas como yo misma, y ni mutarse en algo quieren.

Seguiré el vuelo de las aves allá en lo alto, que si te sitúas cómodamente no tienes por qué provocarte tortícolis, y soñaré por un momento que soy una de ellas, y que en vez de regresar rutinaria cada tarde a mi aposento pajarero, me escapo y no regreso. Umm, qué posibilidad más buena, pero es tan remota que se desecha en un segundo. ¿Por qué todo lo excitante nos está vedado?

Miraré el aburrido paso de algún insecto en la terraza. Creo que también está hastiado, porque da un pasito p’alante y otro p’atrás, y os aseguro que no se parece a Ricky  Martin; vamos, qué más quisiera él (el insecto, digo). O dejaré que el viento me despeine sin inmutarme siquiera. Vaya, podría ser un buen invento para las peluquerías.

Igual en medio de esta desidia estival llega la noche y como por la  madrugada es la lluvia de estrellas fugaces, las llamadas lágrimas de San Lorenzo o Perseidas, puedo aprovechar la buena postura corporal para mirarlas sin tener que moverme del sitio. Es que hasta el tedio puede tener sus ventajas. Y si no que se lo digan al oso perezoso, que lleva a cuestas un verano perpetuo y de esto sabe un potosí. En fin, que si tengo suerte, podré pedir varios deseos. Qué más da, si luego no se cumplirán. Pero por intentarlo, que no quede.

A la par que miro el cielo, puedo otear el horizonte por si viera rastros de alguna tormenta que viniera en mi auxilio. Anda que no estaría bien que de pronto se levantara un viento iracundo que estremeciera a los abúlicos álamos, y empezaran a caer gotas de esas que si te dan en  un ojo te dejan tuerta, por aquello de su descomunal tamaño, y todo empezara a oler a ozono y ya que estoy me doy una ducha natural a expensas de la lluvia. Incluso podría ser romántico.

Bueno, ya ven que el calor con la falta de diversión es una peligrosa combinación que puede llegar a poner en peligro las pocas neuronas que a estas alturas siguen vivas. Como si estuvieran derretidas, o ardiendo, o sin ganas de sinapsis. Así no se llega demasiado lejos en todo lo que tenga que ver con el intelecto. Pero no hay que preocuparse, ni visitar al galeno. Basta con dejar que llegue el fresquito y  que con él el riego sanguíneo recupere su ritmo normal. O que llegue un fresco y te diga cuatro gracias aun sin gracia, y te despeje repentinamente, aunque sólo sea para decirle cuatro frescas (es lo más apropiado con los frescos, haga o no fresquito).

Bueno, ya les contaré qué tal me va lo que finalmente decida hacer. Hasta la próxima semana. Ah, dense un paseo por la Alameda, igual les va mejor.