POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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CICLOS

Siempre me gusta pensar en nuestros antepasados, en su manera de enfrentarse a la Naturaleza, sin conocer los libros y la ciencia, sin saber nada, teniendo que dar una explicación a tantos y tantos enigmas, para algunos de los cuales ni hoy hemos encontrado todavía una respuesta.

Me los imagino durmiendo plácidamente y que de pronto se desencadenara una tormenta eléctrica. ¿Qué pensarían ellos cuando repentinamente se iluminara todo y se escucharan truenos, y los rayos dibujaran en el cielo sus trazos eléctricos? Es evidente que no tenían respuestas científicas, y eso les bastaba para ir creando dioses: el de la lluvia, el de la tormenta, el del fuego, el del sol, el del la luna…Sólo en la maraña de tal politeísmo podían buscar un poco de seguridad, en un mundo tan difícil y lleno de misterios.

Hoy aún puede asustarnos una tormenta, porque sabemos de sus posibles consecuencias negativas, pero si, por ejemplo, cae un rayo y mata a un pastor y a todo su  rebaño, seguro que nuestro miedo es mucho menor que el terror de nuestros primeros antepasados. En cuanto se tiene una causa, la consecuencia deja de atemorizarnos, porque hay modos de evitarla. Generalmente.

Y ahora pienso en los ciclos: el día y la noche, las fases de la luna, las estaciones del año…Menuda fuente de preguntas sin respuestas para ellos. Nosotros ni nos fijamos, a no ser que estemos con la vena romántica y nos dediquemos a gozar de un bello atardecer o de un precioso amanecer, o a mirar el cielo en la noche…Pero ¿qué les pasaría a ellos por su mente cuando el sol se escondiera por el horizonte y se quedara todo oscuro?¿o cuando de pronto empezara a asomarse al alba, justo por el lado opuesto al que se lo tragó?...¿Qué sentirían al mirar la noche estrellada y ver allí arriba una luna llenándose, o menguando, o brillando en todo su esplendor, o ni rastro de ella? Daría cualquier cosa por saberlo.

Con las estaciones les pasaría igual: el frío y el calor, las hojas cayendo y los nuevos brotes naciendo, los árboles caducos junto a los perennes…Me parece sencillamente fascinante cómo el ser humano ha llegado hasta hoy con su dominio de una Naturaleza en la que es fácil ver que es uno de los seres más dependientes y débiles desde su nacimiento. Ha superado su debilidad de tal manera que incluso se ha convertido en un peligro para el planeta Tierra.

Todas estas reflexiones acuden a mi mente mientras me doy un paseo por la Alameda y la veo presta para sufrir las mutaciones propias de la época del año en la que entramos. El otoño, tiempo de renovación y de transformaciones. La fauna y la flora en la salida de una carrera de ida que les llevará directamente a la meta, cuando ésta sea asimismo salida de una carrera de vuelta. Ciclos.

Eso es la vida: ciclos. Un andar para allá para volver a andar para acá. Un ir y venir. Llegada y salida. Caminos. Construir con nuestros pasos distintas sendas  para que la existencia no sea un bucle asfixiante en el que nos sintamos esclavizados. Ahí está la grandeza del hombre y de la mujer: en la posibilidad de ir eligiendo día a día el color y el sabor de nuestra vida. Tal vez todo esté predeterminado, pero somos nosotros los que la construimos día a día, decisión a decisión.

Elegimos. Desde ese momento sufrimos la pérdida de lo desechado. Pero disfrutamos el goce de aquello por lo que optamos. Es así de simple. O de complicado. Ciclos. Pero no el trazado de un péndulo, del que no  podemos salir. Sino el giro perfecto de una transformación. Tras el verano, llegamos al otoño. Pero cuando atravesemos el invierno, llegará de nuevo la primavera. Y vuelta a empezar. Ciclos: es la maravillosa oportunidad que nos brinda la vida.