POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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CONCIERTO DE OTOÑO

Los paseos otoñales con tan buen tiempo como el de este puente de principios de noviembre son todo un placer para los sentidos. La belleza despliega sus infinitos matices como el pavo real abre su cola para enamorar a la hembra. Somos testigos de la vida en su estado más puro de transformación y renovación.

Caminamos y el agua nos ofrece el murmullo de su canción, mientras salpica en su salto y en su correr incansable y travieso. Al asomamos a su espejo nos confundimos con el reflejo de los árboles y el cielo. El aire nos envuelve entre cantos de aves que expresan a viva voz su alegría; en tanto las rosas juegan ufanas y solitarias a deslumbrarnos con sus vivos colores,  en un halo de luz que inmortaliza la silvestre vanidad que lucen sus pétalos.

Los magnolios presumen con sus frutos de un rojo encendido, algunos abiertos ya al sol; otros semiescondidos aún en esas preciosas piñas de un verde claro que tanto contrasta con el brillo oscuro de sus hojas. Umm, qué sabroso otoño, éste en el que los madroños nos invitan a llevárnoslos a la boca y saborearlos despacito…

El musgo abraza la tierra para alfombrar el camino por el que se pierden sin prisas nuestros pasos. Las hojas compiten entre sí por ver cuál muestra el tono más vivo y precioso. La brisa nos trae el delicado perfume que funde en uno todos los olores del entorno. La piedra está tibia por el calor que le da el sol para que olvide el frío de las noches sin luna.

Hay sonidos especiales que no se escuchan en otras estaciones, como el zigzagueante caer de una hoja o su crujir al pisarla. Toda una sinfonía de color en los árboles caducos, como si quisieran compensarnos ante su próxima desnudez. Olores y sabores únicos en los más recónditos rincones, que te sorprenden de improviso y casi marean en su intensidad. O el cálido tacto de la rugosa corteza o de la aterciopelada flor. Todo es belleza si sabes verla, gustarla, olerla, oírla, palparla…

Me gusta dejar de ser una mera espectadora de tanta vida, y participar en tal derroche de sensaciones. Tener todos y cada uno de los sentidos bien atentos y despiertos para no perderme nada. ¿Quién dijo que estamos en un tiempo triste y de melancolías? La Alameda está en llamas: encarnadas,  amarillas, naranjas, ocres, calabazas…Baila la vida por ella, ensimismada y  enamorada, al compás de la deliciosa música de este concierto de otoño.