POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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AHORA QUE LLUEVE

     Salgo a pasear por la Alameda y huele a tierra mojada y a hojas; el aire está limpio y fresquito mientras camino por ella y voy pensando en mis cosas. Se acercan tiempos revoltosos, ahora que las aguas bajan algo revueltas y que los políticos se afanan en coger un buen puesto de salida. Digamos que es como si estuviéramos en las tandas  preclasificatorias que colocarán a los adversarios en las posiciones de parrilla.

     Los rivales tratan de coger confianza y seguridad. Arriesgan ahora que aún no se la juegan,  pero lo necesitan si pretenden marcar la diferencia. Unos dicen que nada está ganado y se niegan a asumir el papel de favoritos, por la responsabilidad que implica el fracasar en las expectativas. Otros, que nada está perdido, para obtener un plus de entusiasmo en los ánimos indecisos y dubitativos.
     Nadie se fía de nadie. Los que compiten se transforman en contrarios. Como si del calor correoso del asfalto se pasara a la humedad tensa de la lona; del volante a los guantes de boxeo; de pisar el acelerador a enganchar un buen directo.

     Tiempos de nervios y cosquilleos, de saber que uno se juega mucho. De pensar si se han hecho bien los deberes, o mal, o simplemente no se hicieron. De comprender que aunque la suerte aún no está echada, queda poco margen ya de maniobra.
     Quien gusta de analizar incluso las sesiones de clasificación, hace mucho tiempo que lo tiene claro: sabe muy bien quién es su favorito. Quien alega que no las ve porque no entiende pero que le gustaría aprender las reglas, es probable que sea el que se decida en el último momento por quién apostar. Quien pasa olímpicamente del tema, poco o nada tendrá que decir.

     Tiempos revueltos ahora que llueve. Si se estaba preparado para recibir la lluvia, el agua será beneficiosa y todos nos alegraremos al escucharla caer. Si por el contrario nada estaba previsto, pronto las inundaciones harán que maldigamos que no se vayan las nubes y sentir la humedad calándonos los huesos.
     Da igual si nos entretenemos con los inventos humanos, mismamente la Política, que si miramos al cielo, ojo avizor, por si la Naturaleza dijera de empezar a desgranar su discurso omnipotente. Hagamos lo que hagamos, seremos seres diminutos en la dinámica omnívora que despliega la vida. Pero nosotros, simples mortales, podremos ser gigantes si aunamos voluntades y sentimientos. Juntos podremos cambiar la dirección aún no escrita.

     Si hubo un momento para entonar aquello de “los tiempos están cambiando”, ahora lo es para conseguir que se afiancen dichos cambios, para dar paso a nuevas corrientes renovadoras e ilusionantes. Digamos que ya pasó la época de la siembra. Ahora que el cielo nos regala el milagro del agua, origen de la vida, sólo nos queda esperar una buena cosecha.
     La grandeza de los ciclos, una vez más, y aún así no aprendemos, nos vuelve a ofrecer una nueva oportunidad. Quien asumió bien el fracaso y supo aprender de él, hoy podrá empezar a poner en marcha el mecanismo para evitar nuevos errores. Quien asimiló el triunfo y supo ser humilde en la victoria, estará preparado para revalidarla. Sin embargo, quienes no hicieron ni lo uno ni lo otro, ya pueden dejar el paraguas a un lado y empezar a nadar con presteza si no quieren ahogarse en las riadas imparables que les esperan. Ahora que llueve hay que contemplar la lluvia y no tenerle miedo. Aunque caiga un chaparrón, no tiene que  ser una tromba destructiva.

     Nos esperan meses de nervios, de estrategias y promesas. No perdamos la calma ahora que pasamos de los tiempos de cambios a los de lluvia. Los primeros nos transforman el paisaje; los segundos, nos regalan sus frutos. Todo, absolutamente todo, tiene una cara y una cruz. Lo importante es no jugárselo al azar, sino lograrlo o mantenerlo a base de esfuerzo y decencia. Sin malas artes. Con autenticidad. Es preferible la más rabiosa tormenta, que a nadie engaña, que las falsas aguas mansas, que son tan letales como arenas movedizas.

     Y sigo con mi paseo matutino, dejando que mi cerebro siga con sus ideas, mientras aspiro el aire de la mañana y me llevo conmigo el olor que la lluvia ha desparramado por el parque.