POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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TRADICIONES

Está claro que las costumbres más nuestras se transmiten de generación en generación, de padres a hijos, siglo tras siglo, y son las que conforman las  tradiciones, tan arraigadas en nuestro acervo cultural. Se trata de un conjunto de conductas, hábitos, ritos que se repiten en el tiempo y que llegan a constituirse en cuasi obligatorios. De tal manera impregnan la vida diaria, que llegado un punto es casi imposible sustraerse a dichas tradiciones, so pena de quedar marginados o  de ser entendidos como personas provocadoras y “revolucionarias” que pretenden romper con lo establecido. Te gusten o no te gusten, es lo que hay y lo tomas o lo tomas, sin más.

Y entre todas las tradiciones, ¿cuál más sagrada y universal que la navidad? Puede que llegado el verano y las vacaciones, te rebeles a la obligación de bañarte en la playa o de acudir a la montaña; que te quedes en casa y te olvides de las costumbres veraniegas. Y no pasará nada. Pero ¿cómo te olvidas de la navidad si no te gusta, si todo se viste de ella, en la gastronomía, la música, los arreglos de calles y todo lo demás? ¿Cómo no reunirte con la familia, aunque sea lo último que te apetece, especialmente por algunos miembros de ella, o no regalarle algo a quien maldita la gracia que te hace regalarle nada, sin quedar como un ser raro y grosero?

Ya no se trata de que seas creyente o no, que la Constitución ampara tu libertad de creencias. Es que no hay manera de que entiendan que igual que tú respetas las tradiciones y a sus fervientes seguidores, tienes idéntico derecho a que se te respete tu indiferencia más absoluta ante dichas tradiciones; cuando dicha indiferencia no resulta ya en una manía increíble, por tener que ponerle buena cara a algo que ni te va ni te viene. Que se puede adorar a los niños y amar a la familia y a los amigos, y gustar de regalarles y de reunirte con ellos, sin que sea obligatorio hacerlo porque llega la navidad. Que no tiene por qué apetecerte cenar noche sí y noche no, con veinte platos en cada cena, y beber y consumir y tener que fingir una alegría maravillosa mientras entonas unos preciosos villancicos, sólo porque es navidad. Que te puedes sentir idiota mientras te explican hasta la saciedad que después de los cuartos llegarán las campanadas, y que entonces ya puedes atiborrarte de uvas sincronizadamente y sin ahogarte a pesar del intento. Y que entonces, feliz año nuevo. No sé, los humanos somos tan raritos. Hasta nuestros perros nos miran alucinados cuando tras las uvas nos levantamos todos y empezamos con el ritual de los besos y las felicitaciones. Me encantaría saber qué piensan. Nada bueno, de eso estoy segura.

Lo más curioso de todo es que la tradición navideña no tiene un origen católico como es creencia generalizada, sino que arranca del paganismo babilónico de hace unos 48 siglos y del culto a la reina Semiramis, que concibió virginalmente a su hijo Tamuz, según su religión. Se conmemoraba con fiestas y orgías y adornando los árboles verdes, símbolo de la fertilidad, con bolas brillantes en representación del dios Sol, de quien Tamuz era la encarnación. De ahí procede el culto de la madre y el hijo, presente no sólo en la cultura babilónica, sino también en la china, la egipcia,  la india y la romana, antes que en la cristiana católica. Del paganismo babilónico al politeísmo romano sólo hay una cuestión de siglos. Tamuz se convirtió en Saturno, y en su honor se celebraba cada 25 de diciembre “el festival del invierno”, en conmemoración del alumbramiento del dios Sol encarnado.

Idéntico origen tienen la fiesta, la inclinación a la amistad a través del intercambio de regalos, el adornar las puertas de la casa con coronas de flores y hojas verdes, el ornato con frutas y elementos decorativos, etc. Cuando en el 325 d.C., el emperador Constantino estableció el catolicismo romano, la mezcla babilónica-romana tuvo la transformación que ha llegado a nuestros días. Algo lógico por otra parte, puesto que la humanidad ha tenido la suerte de vivir el influjo de maravillosas culturas, que aun siendo muy distintas entre sí, en ocasiones han tenido elementos comunes fruto de su convivencia o de otros factores de propagación. Nada que objetar, sólo que si alguien no gusta de tradiciones en las que no cree, tiene el derecho a no vivirlas, contando a pesar de ello con todo el respeto. El mismo que ese alguien muestra al no poner en duda el significado que se le atribuye en la  actualidad a ciertas costumbres y ritos.