POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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MONEDAS

Fiestas. Tradiciones. Cultura. Por todas partes se celebran festividades con distintos nombres pero el mismo objetivo: olvidar al menos por unas horas, por un día completo si  puede ser, la rutina, la disciplina, las obligaciones, todo lo que el hombre se ha inventado y de lo que no puede escapar aunque lo desee. El año es un salto de celebración en celebración: navidad, semana santa, verano y semanas culturales, feria, un santo aquí, una santa allí, el devocionario entero al servicio del hombre. Somos seres sociales, mas pobre de aquel que no guste de la jarana.

Me pregunto cómo iría surgiendo esta atracción por la fiesta. Está claro que el más allá siempre ha estado ligado a ella. Sean los muertos. Sean los muchos dioses. Sea  un solo dios. Parece ser que lo que nos empezó a diferenciar de los primates de los que procedemos fue un primer sentido de espiritualidad alrededor de los difuntos. Mejor vestir lo espiritual, nacido directamente del miedo a lo desconocido, de festejo acompañando al duelo.

Y es que los seres humanos hemos sido siempre muy simples. Lo complicado ha ido surgiendo conforme grupos con distintos intereses se han ido apoderando de la esencia de nuestras personalidades, para dar una orientación acorde con esos intereses grupales a nuestras conductas. Lo enigmático es cómo hemos consentido acomodarnos a ellos y dejar de manifestar libremente lo esencial de nuestras vidas.

Tal vez hemos vendido nuestra libertad a cambio de un orden. Un orden moral. Un orden social. Un orden político. Lo malo es que por el camino hemos llegado de un estar por el orden, a un estar a sus órdenes. Y a sentirnos víctimas de un engranaje, de una dinámica que a veces nos provoca grandes e insalvables malestares e insatisfacciones.

Desde que nacemos somos participantes de un juego del que tal vez no quisiéramos formar parte, o cuyas reglas no serían las mismas de habérsenos pedido opinión. Hay personas que son muy felices en él, y que nunca se cuestionarán nada, precisamente porque les va bien. Les tocó el grupo bueno. Otras, sin embargo, tuvieron mucha peor suerte y cuando se quejaron se les colocó la etiqueta de incómodos, y a aguantar.

Pero la fiesta, motivo para las risas y las chanzas, es a veces una oportunidad para la tristeza de quienes no tienen ganas de reír, simplemente porque les tocó llorar. No es una casualidad que un gran número de suicidios, por ejemplo, se dé cuando llegan tiempos de fiestas. O que ocurran en sociedades que se suponen con un alto grado de bienestar general. Cuando la vida es demasiado dura, a los que la padecen se les ocurre poco suicidarse; más bien eligen una huida hacia delante sin límites ni medida, que irremediablemente les lleva a la muerte. Éstos no necesitan de fiestas para elegir su momento: son ellos los que inventan su propia celebración de lo macabro.

Y poco se puede hacer por cambiar lo que ya está hecho. Los nuevos caminos que conducen a nuevas visiones, rápidamente se asfaltan y se asimilan a lo ya acomodado. La rebeldía de una edad se esfuma en unas pocas expresiones, a veces artísticas, a veces delictivas. De nada sirve cuestionarse la libertad de acción, si impera un determinismo aplastante. Somos los que somos y eso es lo que hay. Algunos rompen el cerco. Son los grandes genios. Del Arte. De la Ciencia. Del Pensamiento. Y se les pone en un pedestal. Seguramente para que formen parte del devocionario con el que seguir celebrando la vida de fiesta en fiesta.

Así que celebremos la vida y toda su grandeza y su belleza. Pero sin olvidar que a veces es la cara visible de una moneda que implica una cara oculta: la de la no vida, que no la de la muerte. Porque la muerte es en sí misma otra moneda.