POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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LA BUENA EDUCACIÓN

Cuenta la mitología que en el Monte Olimpo de Grecia, en un enorme castillo construido por los cíclopes, gigantes de gran fuerza y un solo ojo, habitaban los dioses y diosas, una docena en total, junto a los dioses menores y los semidioses, hijos de dioses y humanos. Los dioses bebían néctar, comían ambrosía y tenían poderes sobrehumanos, que tal vez eran la causa de que fueran caprichosos y maleducados la mayoría de las veces. Leyendo sus hazañas, te das cuenta enseguida de que tenían más defectos que virtudes, pero el poder les hacía casi invencibles.

La mitología a veces mezclaba los hechos reales con la leyenda, y recreaba lo verdadero con aditamentos imaginarios. Para los escritores y artistas en general, el mito siempre ha sido fuente de inspiración. Para los estudiantes, por lo general un aburrimiento mortal, por lo inadecuado de la edad en que te quieren hacer leer obras clásicas para cuya comprensión aún te falta mucha cultura; y una vez que la adquieres, a veces ya es tarde para volver a algo que te repelió.

Todo un debate el de si el poder te vuelve insolente y caprichoso. Supongo que la educación va más allá de lo coyuntural, y quien la posee será consciente de que tiene un verdadero tesoro que no entiende de temporalidades. De cualquier modo, si bien con menos velocidad que el poder momentáneo, la educación también puede irse perdiendo. Compararía esa pérdida fatal de educación con la de la puntualidad: puedes ser el ser más puntual del mundo, pero si estás rodeado de gente impuntual, harto ya de esperar empezarás también a llegar tarde.

¿Qué es ser educado? O mejor, ¿qué es tener educación? – porque alguien educado puede comportarse maleducadamente en algunas ocasiones -. Seguramente, de todas las definiciones y explicaciones al respecto, me quedo con la que dice que una persona educada es aquella que en cualquier situación y frente a todo tipo de circunstancias, por muy adversas que sean, logra siempre que los que le rodean se encuentren cómodos y seguros.

Es decir, una persona con buena educación te ayudará a salvar las diferencias, incluso los más grandes abismos que puedan surgir entre tú y ella. Jamás te mirará desde lo alto, como si fuera un habitante de ese Olimpo, y nunca pretenderá dejarte en evidencia, aunque le gustes más o menos.

La buena educación es un acicate para ser mejor persona, porque saca lo bueno de ti y te hace reconocer, sin necesidad de palabras, lo negativo que puedes cambiar para que no enturbie lo positivo que seguramente todos poseemos, con independencia del colegio al que fuimos. Es algo que no sabe de apellidos o linajes, de vivir en mansiones o en sencillas casas, de ser de pueblo o de ciudad, de tener o no estudios, de poseer un mayor o menor nivel económico. Va mucho más allá que todos esos factores.

¿Es tan difícil encontrar a gente con buena educación? Lo que sé es que es mucho más general encontrar a gente maleducada, esa que parece espolear todo lo malo que nunca quieres sacar pero que ante su presencia fluye sin control. La gente maleducada no necesita decir palabras malsonantes para serlo, ni elevar el tono de voz unos cuantos decibelios más que los demás, ni mantener una postura de provocación. La mala educación es mucho más soterrada que todo eso. Hay quienes pasan por magníficos ejemplos de buenos modales y son de una mala educación pura y dura. La mentira, el jugar a varias bandas, el decir una u otra cosa según quien te escuche sin dejar nunca clara tu verdadera postura…eso forma parte de la mala educación.

Una persona bien educada te ofrece cortesía, atención, afecto. Siempre tiene tiempo para ti, y pareciera al escucharte que lo que le dices es lo más importante para ella. Jamás te hace sentir que sobras, aunque esté deseando que te vayas para descansar un rato de ti. Y ese buen trato que te ofrece es el que conseguirá que tú mismo te des cuenta de cuándo va llegando la hora de irte. Es muy simple: lo bueno atrae lo mejor; lo malo, lo peor.

Así que desde aquí quiero dar las gracias a quienes se cruzan en las vidas de los demás y les ayudan a ser mejores personas, siempre mirando a los ojos desde el mismo nivel, sin obligarte a coger tortícolis de tener que mirar para arriba. Porque el gigantesco palacio del Monte Olimpo seguramente no existió, y de haberlo hecho estoy segura de que era de tan imperfecta arquitectura como la esencia de sus moradores. ¡Porque ya me dirán ustedes qué perspectiva podrían crear unos seres con un solo ojo!