POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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SOMORMUJOS Y  DEMÁS ANFIBIOS (1)

En las ciudades, en los pueblos, desde la mayor de las  metrópolis a la más ínfima aldea, allá donde habitan los humanos, hay personalidades, caracteres, modos de ser, modas, costumbres, tradiciones, desparramadas por sus calles y rincones. En resumen: conductas desplegadas por las personas, que sin ánimo de etiquetar, es cierto que suelen presentar unos rasgos distintivos que permiten crear, al menos teóricamente, una serie de grupos.

Ante cualquier agrupación, los seres individuales despliegan un juego de identificación o todo lo contrario, que a su vez genera la polaridad atracción/rechazo. Esto ocurre a veces conscientemente; otras, de un modo inconsciente. Qué pocas veces la persona, que se siente importante en su singularidad, actúa sin identificarse con un grupo, sea éste el que sea. Comos animales sociales, nos enfundamos  los distintos trajes, según la ocasión, para vestir al mono desnudo que todos llevamos dentro, tal y como escribió magistralmente Desmond Morris.

Reiterando que no se trata de poner etiquetas, la mayoría de las cuales sólo logran precisamente aislar a la persona del grupo, me gustaría desde aquí describir distintos elementos de la sociedad, que forman en sí mismos pequeños grupúsculos, que para muchos pasan desapercibidos, hasta que se dan de bruces con ellos, y entonces nunca más dejan de verlos.

El más escurridizo y difícil de identificar como tal, es el somormujo, nombre tomado de un ave que vuela poco y sumerge su cabeza durante mucho tiempo bajo el agua sin ahogarse. El somormujo humano es alguien que actúa a escondidas y con gran cautela, haciendo que recaigan en quien le sirve para realizar sus propósitos, las críticas o las consecuencias negativas resultantes de su oculta actuación. Pero además, como suele jugar con la ventaja que da el ser invisible, tiene la oportunidad de quedar siempre maravillosamente bien, empezando con la víctima de su cobarde conducta y siguiendo con el resto del mundo.

Vamos, que el somormujo no sólo te utiliza para sus fines particulares y te deja fatal ante los demás, sino que además le das las gracias por haberte ayudado. Tal es la entidad de su mentira. Es difícil darse cuenta de cuándo te toca la desgracia de tener un ser de estas características cerca, no porque sea demasiado inteligente, sino porque juega a varias bandas y se mueve entre sombras. Pero cuando lo calas, ya lo has detectado para siempre. O para casi siempre, porque es un experto en el engaño, y sueles creer sus mentiras y aceptar sus disculpas una, dos y hasta tres veces, si no más, dependiendo del grado de tu propia inteligencia.

Otra de las personalidades que forman la tribu a la que he denominado anfibios, por esa facilidad para vivir por arriba y por abajo, al aire libre y bajo el agua, en la superficie y sumergidos, sería la de los “bien peinados”. Este término que me acabo de inventar,  me permite describir a esas personas que siempre muestran su lado más bello e impoluto, seres angelicales eternamente dispuestos a hacer el bien a quienes tienen enfrente, con la sonrisa puesta  mientras éstos no se den la vuelta. Pareciera que el viento no les afectara, siempre impecables y tan eficaces. Pero son tan falsos, o más, que los citados somormujos, pues su presencia es pura máscara.

Sólo buscan no ser molestados, y a la que te vas su perenne sonrisa se convierte en mueca, desde la mayor indiferencia hasta el asco. Nunca hablan negativamente de nadie, porque sus bocas podrían oler mal, pero sólo piensan en ellos mismos. Egoístas y malabaristas, bailan el agua a quien sea, con tal de que todo vaya bien y no surja el mínimo problema en su entorno. Nunca sabrás qué piensa o siente realmente un “bien peinado”, porque su careto amable es idéntico para cualquiera, sin mostrar jamás su cara verdadera.