POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
Para remitir sus comentarios, clique AQUÍ

SONORA OSCURIDAD

En este mundo en el que parece que ya casi todo está inventado, aún hay noticias que nos dejan boquiabiertos por lo novedoso e interesante de su contenido. Sé que nos queda mucho por conocer que ni imaginamos, y que cada día se aprende algo nuevo, por increíble que parezca, pero hay cosas que despiertan especialmente la curiosidad y disparan la imaginación buscando el más allá de lo conocido.

Aun partiendo del hecho de que la realidad aprehendida no la percibimos sólo por un camino sensorial, y que todos los sentidos son esenciales a la hora de conformar y crear el circuito a través del cual nos llegan los estímulos, no deja de parecerme fascinante la noticia acerca del proyecto “ Col- diesis” de la Unidad de Gráficos, Visión por Ordenador e Inteligencia Artificial de la Universidad de las Islas Baleares (UIB), basado en el fenómeno de la sinestesia; es decir, en la capacidad de percibir por un sentido, asociándolo a otro.

Se trata ni más ni menos que de probar un mecanismo para que los niños ciegos puedan “oír” los colores, buscando una conexión facilitada por el hecho de que las personas que carecen de algún sentido, generalmente potencian otro. Así, a través de esas conexiones neurológicas entre audición y vista, o entre gusto y olor, que se dan en las personas con sinestesia, se busca en el invidente la relación entre uno y otro sentido, para que llegue a ponerle un significado u otro a cada color.

Hasta aquí, pura fisiología. Pero lo que más me atrae es la relación subjetiva entre colores y sonidos. Parece ser que hay unas pautas comunes que hacen que se asocien los colores claros a las notas agudas y los oscuros a las graves. La UIB ha ido más allá y ha plasmado el experimento en un ordenador musical a partir de esta interconexión entre neurología e inteligencia artificial. Este dispositivo permite, por ejemplo, que lo niños ciegos pinten cuadros, y en función de los colores que utilicen escuchen unos sonidos u otros.

Aparte de las posibilidades lúdicas del experimento, por un momento me quiero meter en el cerebro de un ciego que haya aprendido estas distintas relaciones entre sonido y color, e imaginar cómo “le sonará” una puesta de sol en una playa, o el rubor de un enamorado al declarar su amor, o el brillo de la luna en una noche estrellada…Esta mezcla que fusiona los diferentes dominios sensoriales me parece de lo más sugerente.

Y haciendo un ejercicio de inversión abstracta, pongámonos en el caso de  que siendo videntes en vez de ciegos quisiéramos poner color a los sonidos… ¿Cuál sería el elegido para el trino de un pájaro, o para el rumor de la brisa en los árboles? ¿De qué color vestiríamos la risa de un bebé, o el llanto amargo de la desesperación? ¿Encontraríamos los tonos precisos para pintar la lluvia golpeando los cristales o para un repique incesante de campanas?

Sencillamente un experimento fascinante, que ya desde lo más remoto de los tiempos han realizado acientíficamente los poetas, pero que al servicio de la psicofisiología  puede servir para que los niños ciegos sepan expresar con un sentido lo que con otro les es imposible. No dejaré de estar al tanto de los resultados obtenidos en este precioso proyecto.