POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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MAYO LIBERTARIO

 

Mayo del 2008, cuatro décadas después del famoso y tan francés mayo del 68. El espíritu de la libertad con unas gotitas de anarquía o acracia, que es una palabra que me gusta más, porque además parece el nombre de un árbol. ¿Qué estaría pasando en Baza en aquel célebre mes? Siento mucho no acordarme, aunque nunca olvidaré que me quedé con las ganas de hacer mi primer viaje al extranjero, porque tenía que pasar por Francia y “no queremos ni pensar que le pase algo a la niña”…Así, las revueltas juveniles que desde los estudiantes pasaron a niveles más generalizados, tuvieron una influencia directa en mí, que sólo acerté a  sentir miedo por lo que estaba pasando fuera, sin tener ni la más remota idea de lo que era.

Con el tiempo supe bien de qué iba lo de mayo del 68 y su significado social de revuelta y contestación, de rebeldía y revolución, de la importancia de la acción popular para lograr remover las estructuras anquilosadas de lo establecido. Supe que la figura de mi amado Rimbaud, que ya estuvo en la Comuna de París en plena adolescencia, casi un siglo antes, había sido enarbolada como personaje emblemático, junto a la de un Che Guevara  recién asesinado en la selva boliviana.

Juventud e imagen. Dos aspectos esenciales para la contracultura. La tan nombrada revolución cultural, que previamente había sido seña de identidad de la generación beat norteamericana. Y poesía. Es curioso, pero la poesía, que parece ser tan inútil como el arte en general, alimento de espíritus que puede pasar desapercibida en un mundo materialista de prisa y pragmatismo general, se convierte en una poderosísima arma de transformación cuando llegan tiempos de cambio.

Después, todo movimiento transgresor es asimilado socialmente y se torna pulcro y vendible. Las pintadas de mayo del 68, cuya imaginación desbordante abre caminos a seguir por gente con nuevas ideas, servirán para la mercadería al uso. Como posteriormente ocurrió con la caída del muro de Berlín, símbolo del fin de la guerra fría, del que tantos trocitos se vendieron y venden; sabemos que dicho muro existió, y los berlineses aún conservan partes en su ciudad, pero a tenor de la cantidad de sus restos pudiera decirse que fue más largo que la muralla de China. Y lo mismo pasó con el movimiento punkie en Londres de finales de los 70, con sus imperdibles y sus crestas capilares, que empezó siendo una reacción a la mortecina música estándar y comercial del momento, y acabó en los escaparates de los grandes almacenes del mundo occidental, como prototipo de moda imprescindible para pijos de vanguardia.

La sociedad, en un proceso de inapreciable fagocitosis, pone en marcha sus mecanismo defensivos y cual Saturno, que amenazado por uno de sus hijos los devora a todos uno a uno, acaba con todo lo que hipotéticamente pueda dañar la tranquilidad de su devenir. Pero previamente ha de darse esa convulsión que lleve al temor de la revolución. Y es precisamente esa convulsa belleza la que enamora a los rebeldes, que aspirarán su aire de renovación y se alimentarán de su perfume libertario, el cual antes de ser domado dejará su impronta de autenticidad en el corazón de quienes aman  la verdad y la cultivan por encima de las acomodaticias mentiras del deber ser. Porque más allá de la apariencia, está la esencia. Y por encima de la comodidad, está y siempre estará la libertad.