POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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MÁS ALLÁ DEL FÚTBOL

Qué más dará quién gane o pierda, si nunca nos jugamos nada, canta Amaral refiriéndose al fútbol en su último y genial doble CD. Pero es que aunque nos jugásemos algo, añado yo, es insoportable el empacho futbolero, elevado ahora a la enésima potencia  para quienes no gustamos de esta modalidad deportiva y hemos de apechugar con la Eurocopa 2008.
Confieso que hubo un tiempo, años ha, en que disfrutaba del “deporte rey”,  mas hace tanto que ni me acuerdo. Hoy, sencillamente me aburre soberanamente.

Los encuentros entre las selecciones parecen un poco el sustitutivo de las confrontaciones bélicas, esas que la historia nos cuenta en tantas y tantas batallitas. Que si Trafalgar, que si Waterloo, que si derrotas aplastantes, que si victorias contundentes, que si colores, que si banderas, que si sudar la camiseta como quien empuña una espada o acciona un cañón, que si buenos, que si malos, que si injustos perdedores, que si piratas vestidos con calzón negro, con silbato en lugar de un parche en el ojo, que si el tío del bombo en lugar del loro, qué sé yo.

España es un país tan exagerado, que no hay puntos medios. Si la selección gana, héroes que se merecen todos los dones y loas del Olimpo. Si pierde, una pandilla de sinvergüenzas, niñatos malcriados y ricos que han pisoteado el honor patrio. Tengo ya una edad para ver que siempre ocurre lo mismo, y eso cansa hasta al ser más paciente, conque no digamos a alguien un poco impaciente, para qué nos vamos a engañar. Porque aunque una no vea la retransmisión, sí escucha cantar los goles en una mala imitación de  los locutores sudamericanos, que es para darles un buen sartenazo antes de que se ahoguen en el intento de dejarnos sordos, amén de estupefactos. Cuando no son las impertinentes trompetitas que los forofos  enfervorecidos hacen sonar, creyendo que ha llegado la hora del apocalipsis poco menos, las que me toca aguantar, como complemento adicional del tormento futbolero.

Y es que hay millones de personas que, como yo, pasan de fútbol, a quienes les da exactamente lo mismo en qué puesto quedamos del grupo, o contra quién jugaremos conforme avancemos en la clasificación. Que nos es totalmente indiferente si un delantero ha “mara-villa-do” y ha hecho que se esfume como por arte de magia el mosqueo general por no contar con el de antes. Que hay vida más allá del fútbol. Que es como una plaga mandada para expiar nuestros pecados, y que no nos merecemos semejante castigo, sin saber cuán grave fue nuestra culpa.

Por supuesto que igual que Siniestro Total entonaba aquel “menos mal que nos queda Portugal”, nosotros siempre podemos decir que a lo mejor Nadal conquista su primer Wimbledon; o que ahora que parece que Tiger Woods se va a operar tras ganar su tercer Abierto de los EE. UU., a pesar de renquear de la rodilla, lo mismo los españoles Sergio García y Miguel Ángel Jiménez lo tienen más fácil. O que Rossi es mágico cuando se sube a una moto, como Alonso aunque se suba a una burra bautizada como R28.

Aunque bien mirado, tal vez exista una opción mucho más atractiva que la de sustituir el balón por la bola o por la bolita, o por la moto o por la burra, perdón por el monoplaza quise decir…Podemos cantar aquello de “vamos a la playa, el sol está ardiendo” sin tener que bisear con lo de “en la playa me he tumbao, todo el cuerpo me he quemao”…O aún mucho mejor, podemos buscar un amor perdido en Groenlandia, , o en las selvas de Borneo o en los cráteres de Marte o en los anillos de Saturno, como cantaba un barbilampiño Bernardo Bonezzi en los Zombies. Y si no, siempre nos quedará París.