POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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MANIFIESTO POR LA ALEGRÍA

Se acaba junio, como se acaba lo malo y lo bueno, la dicha y el tormento, lo duradero y lo breve. Se acaba, todo se acaba. Aunque a veces nos empeñemos en la perdurabilidad de las cosas. Lo que tiene un principio, tiene un final, incluso la historia más aparentemente interminable.

El pecado original de los seres humanos no es otro que un poso intangible de tristeza, quién sabe por qué, o acaso sea mejor preguntar quién no lo sabe. Pero los pecados que nos son ajenos no han ido acompañados del gozo que se le supone al pecar. Si la tentación se viste de placer para que caigamos de cabeza en ella, cómo vamos a cargar con el lastre de un pecado no cometido.

Desde ya, me niego a la tristeza. Da igual si hay innumerables motivos para ella. Puede que uno, o una, no llegue nunca a sentirse feliz, ni siquiera en los momentos en que nos parece atrapar fugazmente eso que llaman felicidad. Pero sí podemos desterrar para siempre cualquier motivo que nos impida saborear la alegría. Desde este momento, prometo que nunca más dejaré de sentirme cobijo para el júbilo.

Aunque haya dolor e injusticia en el mundo, prometo sentir la alegría de reconocerlo e intentar que en mi parcela de vida se recupere la justicia y el placer sea el protagonista principal en todas sus múltiples manifestaciones. Aunque haya niños que lloran sin descanso y que nunca recuperarán la inocencia que se les arrebata día a día, yo no dejaré de sentir la alegría de hacerles reír y de no ser culpable de sus llantos en modo alguno.

Da igual si las personas se matan unas a otras en absurdas guerras que sólo sirven para enriquecer a los más ricos y sumir en la más profunda miseria a los más pobres. Yo sentiré la alegría de sólo usar armas pacíficas que no derraman sangre ni destrozan pueblos y vidas. Y si hay soledad que mata sin necesidad de disparar, mi alegría será dar compañía, aunque  únicamente sea a través de mis palabras, a quienes mueren a manos de esa soledad asesina.

Por más que haya gente mala, y criminales, y enamorados del dolor provocado, y personas que envilecen el género humano y son peores que las más fieras bestias, la alegría de que haya muchos más seres humanos que desbordan humanidad no me la va a quitar nadie. Tal vez la traición llega por la espalda y lanza su demoledor efecto con el agravante de que no la esperabas. Pero las manos se tienden de frente y mirando a los ojos, y la alegría compartida con el amigo siempre da la cara y anula el falso comportamiento del cobarde.

La pesadumbre será nada al lado de la alegría. El llanto se acallará bajo la sonora música de las risas. Cuando uno está bien y saborea la satisfacción dejando a un lado las desdichas, todo funciona mejor, y lo positivo atrae a lo positivo y aleja lo lúgubre y feo. Incluso bajo el mar, donde no llegan los rayos de sol el mundo es un abismo oscuro en los que dejan de verse los monstruosos seres abisales.

Voy a comprar ramos de alegría, y desparramar sus flores por las calles, por los parques y jardines, por los campos, por todas las estancias. Si tú haces lo mismo, será mucho más fácil acabar con la melancolía. Que el aire se llene de alegría, para respirarla, para que inunde la naturaleza con su perfume y nos embriague. Borrachos de dicha viviremos mucho más y mejor, porque el tiempo del bienestar es más ligero y el placer es salud. Mejor apagar la luz a la tristeza e iluminar la alegría.