POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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DE JEFES Y LÍDERES

Los cambios no se imponen. La renovación surge, como un nacimiento natural de manantial. Se puede abrir un pozo y sacar agua, pero no es igual. No es lo mismo contar con un líder que elegir a alguien para hacerlo jefe. Un líder arrastra a unos y a otros, porque convence y basa su supremacía en la admiración que por él se siente. Un jefe se impone, a los que se dejan mandar, serviles por vocación o lobos con piel de corderitos. Los movimientos de sable se hacen a escondidas, porque o eres muy listo, no digo ya inteligente porque sería mucho pedir, o se escuchan a mil leguas. Y son tan fáciles de contrarrestar que basta simplemente regalar lo que arpíamente se quiere robar para lograr que quien lo anhelaba no sepa qué hacer con ello.

No, los cambios no se pueden trazar de antemano, porque entonces son meros planes de cambio, que ni es lo mismo, ni es igual. Cuando uno no reconoce ser un fracasado, aspira eternamente a ser el vencedor que jamás será. La conquista implica nuevos territorios. Cuando arrebatas algo ya poseído, más que conquistar estás usurpando y robando lo que no te pertenece. Uno puede cantar a ritmo de famosa ranchera aquello de “pero sigo siendo el rey”, siempre y cuando fuera rey previamente, claro está. El siervo no va a ser rey. Si derroca a su soberano, será arrastrado. Los reyes nuevos cuentan con su propio equipo y sus propios subordinados. La insurrección no basada en la nobleza es pura traición.

Lo más vergonzoso es que haya quienes aspiran a triunfar, con la excusa de una causa que dicen ver peligrar. Las causas permanecen, más allá de los personalismos. Los principios se dan en otra dimensión distinta a la de las personas que los siguen, pues existen previa e independientemente. Tú puedes amar la libertad y luchar por ella, dar incluso tu vida en su defensa. Pero la libertad existe más allá y por encima de ti. Aunque tú la ignores o la boicotees, existe. Aunque fracases en esa lucha por ella, seguirá existiendo, ajena a tu derrota. Ajena incluso a tu victoria.

El descontento que propicia una presión encaminada a un cambio, no puede basarse en factores personales. Quien no ha conseguido aquello a lo que aspiraba, no tiene ninguna autoridad moral para pretender que quien logró legítimamente sus aspiraciones ceda su puesto. Dios nos libre de los eternos salvadores de las causas perdidas, que lo único que perdieron es su oportunidad y su momento. Por mucho que quieran situarse en un buen puesto de salida, la parrilla pertenece a unos pocos elegidos. Basta con que dejen sitio. Y que los que pueden ocuparlo, acepten hacerlo, sin presiones y con toda la confianza y el apoyo, incluyendo el de los eternos aspirantes a la nada.

No, los cambios no se programan, sólo se dan. Es así de sencillo. Y no pueden ser abortados por ocultos intereses personales. Los líderes tienen la obligación de aplastar cualquier intento de obstaculizar el cauce y la corriente naturales. Los jefes impuestos duran lo que una imposición: el tiempo que se tarda en desenmascararlos y ver los hilos que los mueven. Un líder nunca puede tirar la toalla, y debe exigir, porque para eso da. Y puede asimismo elegir a quienes le acompañen, más allá de trabas y zancadillas basadas en la pura envidia y en la mentira.

Jefes y líderes. Los primeros sirven para una solución momentánea y sobran cuando el problema es ficticio. Los segundos, los líderes, encabezan un proyecto que va más allá, muchísimo más allá, que un coyuntural parcheado de baches. Del jefe sólo acataré órdenes cuando su superioridad esté amparada en la legitimidad. Jamás si es cabeza visible de un cuerpo impostor. Sin embargo, siempre estaré al lado del guía, que abre caminos con su capacidad de liderar, y trabaja incansable y sin desmayo por realizar la tarea encomendada, siempre en beneficio de los demás, con independencia de si apostaron o no por él. Nunca en beneficio propio.