POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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VERANO DE AMOR

Qué bonito es el amor cuando llega el verano, y hasta la fresca brisa del atardecer acaricia nuestra piel como el más experto de los amantes, regalándonos sensaciones inigualables. Cada estación tiene su encanto y su propia expresión, pero el verano es especialmente sensual. Es tan bello contemplar una puesta de sol, si es posible mientras los violines desgranan una composición barroca, viendo el regreso a casa de los pájaros, componiendo arriba en el cielo su personal sinfonía de sonidos y alados movimientos que no caben en ninguna partitura…

El verano fue creado para el amor. Los cuerpos al sol. La espuma del mar salpicando la cara. El vaivén de los álamos danzando ante nuestros ojos con sus hojas de plata. Existe una urgencia estival, y no es otra que enamorarse.

Cuando se está enamorado, los sentidos se agudizan y los estímulos recrean sensaciones gigantes. Y si no se está enamorado, al llegar el verano hay que inventar el amor. Los ojos en los ojos, las manos entrelazadas, y pasear alameda arriba, alameda abajo, con abrazos de cintura. Qué placer rodear el cuerpo del ser amado y caminar entre confidencias y risas, ajenos por completo a todo lo que exceda de un tú y un yo. Definitivamente, el verano es para el arrullo y los mimos.

Cuando la noche cae, tras vestir el sol las montañas de violeta, un beso de bocas enamoradas a la luz de la luna es la mayor de las delicias. En el silencio nocturno y negro, los cuerpos de los amantes recrean su propia música, que puede sonar hasta el amanecer, mejor si es en un adagio contemplativo y sereno, porque para el amor la lentitud es el tiempo más perfecto.

Ya llegará el otoño con su tránsito de tristeza, y el invierno con su urgencia de abrigo. Y habrá de llegar también la primavera con su dolor de metamorfosis que anuncia un despertar a la vida. Pero el verano es para desnudar los cuerpos y embriagar los corazones con su bullicio multicolor. Verano de amor, que encandila embriagador y aligera de trascendencia el pensamiento.   

El verano huele a fruta y a madera acalorada. Sabe a limón y a cerezas. Sus colores son de acuarela al amanecer, y alucinógenos al llegar la tarde. El verano suena a ritmos bailables, de esos que logran poner en movimiento nuestros pies sin apenas darnos cuenta. Verano de amor, dorado de sol y alegres canciones. Si al llegar con su calor de fuego no nos encontrara entretenidos en el juego de un romance, ya sabemos lo que hemos de hacer, pues nada más emotivo y dulce que combinar y entretejer las sonoras notas de un idilio.