POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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CIUDAD ABIERTA

Ciertamente una ciudad, para ser abierta necesita de una mentalidad abierta por parte de sus habitantes. Una ciudad abierta es una ciudad de futuro, que sabe asimilar el pasado y vive el presente como adaptación al curso de la historia. Diría que una ciudad abierta es una ciudad inteligente, de ahí su capacidad de renovación y de inventarse a sí misma.

Es como la lengua que hablamos, día a día se va transformando: a veces imperceptiblemente; a veces, de un modo mucho más radical y evidente. De poco sirve para contener los cambios la Real Academia Española, esa que “fija, limpia y da esplendor”. Porque una cosa es crear normas y velar por su aplicación, y otra muy diferente es obstaculizar el rumbo que marca la propia vida, o el querer acompasar de un modo prefijado el propio ritmo de las cosas.

La arquitectura es un elemento fundamental en la ciudad, al igual que el urbanismo es como el rostro diferenciador entre las distintas localidades del mundo, con independencia de que sean más o menos grandes, y más o menos pobladas. Además, la arquitectura no sólo ha de hacer más cómoda  la vida de los ciudadanos, sino que ha de responder también a un concepto global de ciudad, que conjugue múltiples y muy variados elementos, todos encaminados al bienestar humano. Y ha de combinar asimismo factores de continuidad y de ruptura, en un resultado armónico que responda a las demandas de todo tipo de los seres humanos.

Decir factores de continuidad y de ruptura es tanto como decir tradición y vanguardia, antigüedad y novedad. Se trataría, pues, por decirlo de alguna manera, de una combinación de lo viejo y de lo nuevo. Al menos, así es como yo entiendo la arquitectura y el urbanismo; es decir, el aspecto físico de la ciudad. Y para ir construyendo, proyecto a proyecto y obra a obra, esta apariencia, nadie ha de convertirse en el adalid del diseño, o en el caudillo de la norma y de la corrección. Son reflexiones que me hago en mi habitual paseo por la Alameda, con la alegría de saber que la musealización de los Baños Árabes permitirá incorporar un edificio rehabilitado para el goce y disfrute de los bastetanos y bastetanas, además de quienes nos visiten. Proyecto que ha sido, injustamente a mi parecer, muy criticado por los que se sienten veladores de la armonía y la adaptación al entorno.

Este tipo de críticas, de haber sido tenidas en cuenta, hubieran impedido por lo pronto salir de las cavernas, para no desentonar con las nuevas construcciones de hábitat humano. O no hubieran permitido que el gran arquitecto catalán Antonio Gaudí sea mundialmente reconocido. O hubieran vetado un edificio como el Museo Guggenheim, que ha convertido la ciudad de Bilbao, tradicionales donde las haya, en una de las más visitadas del país, con una construcción que “no pega” nada con su entorno, pero que lo engrandece y alimenta el espíritu amante del arte, que no entiende de fronteras y límites. Mentalidades cerradas y aferradas al entorno y su conjunto, se escandalizarán por fuerza con obras humanas tan vanguardistas y bellas como la Ciudad de las Ciencias y de las Letras, de Calatrava, en Valencia. O con un edificio tan funcional y minimalista en su exterior como el Museo de Arte Romano de Rafael Moneo en Mérida, cuyo interior se mimetiza con el tesoro que contiene y se convierte él mismo en obra de arte.

Y podría seguir y seguir con innumerables y atrevidos ejemplos arquitectónicos de ruptura que no por ello deja de ser pura armonía, y conjugación de lo espiritual con lo físico. Así que bienvenida la rehabilitación de los Baños Árabes de nuestra ciudad, que espero pasen a ser un elemento esencial de nuestro patrimonio recuperado, para disfrute de propios y extraños, y más allá de rancias opiniones en contra de todo lo que no huela a naftalina.