POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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LA NOCHE DE LOS VÁNDALOS

Halloween es una fiesta de origen anglosajón, con más de 30 siglos de antigüedad, en la que se celebraba el fin del calendario celta al acabar el verano, el 31 de octubre en nuestro calendario. Se pensaba que esa noche los espíritus podían venir al mundo de los vivos y apoderarse de sus cuerpos para resucitar. Para evitarlo había toda una serie de recursos, como  disfrazarse, decorar de un modo desagradable las casas para asustar a los espíritus y que pasaran de largo, encender hogueras, etc.

A mediados del s. XIX, los irlandeses que emigraron a Estados Unidos se llevaron esa tradición, y de ahí ha llegado al resto del mundo por mimetismo con la cultura norteamericana. Hay que decir que en nuestro país se ha implantado en pocos años con una velocidad notable. Con una colaboración entre colegio y familia a la base, una nueva festividad para regocijo de todos, en especial de la infancia, con un montón de rituales atractivos y para nada peligrosos o dignos de rechazo. Lo que hace reír a los niños y niñas, a la vez que les crea ilusión, no puede ser malo en modo alguno.

Pero hete aquí que lo que sólo ha de ser una celebración para la diversión de todos y para recrear una noche que en la tradición cristiana está asociada al recuerdo de los difuntos, se ha transformado este año en Baza en una noche de vandalismo y versión sui generis del Halloween. En lugar de una procesión de los espíritus de los difuntos recorriendo las calles de la ciudad, la noche ha sido testigo del paso de unos gamberros que, amparados en el disfraz, se han dedicado a cometer actos vandálicos e indeseables como la quema de contenedores de basura y la de un vehículo, dejando un reguero detrás de sí de suciedad y destrozos.

Vamos, que lo que no hacen ni los espíritus del más allá, vienen unos niñatos de colegio y lo realizan sin más, entre risas y alcohol, satisfechos y orgullosos de su versión de la fiesta, huyendo cobardemente mientras despliegan su insano gamberrismo exento del más mínimo respeto hacia los demás. Que alguien se divierta y disfrute haciendo daño es bastante sintomático, y para los padres de estos adolescentes debiera ser también preocupante.

Personalmente lo que más me llama la atención es la rapidez con que una fiesta importada se ha hecho un huequecito en las tradiciones de lugares que a veces son tan cerrados para otras cosas que les llegan de fuera y que son mucho más interesantes. Y la coparticipación tan estrecha que esta vez sí se da entre escuela y familia. Si dicha colaboración tuviera como objetivo la transmisión de unos valores que se asentaran en el respeto como lo más importante en las conductas de unos para con otros…Y si la apertura de mente y de actitud fuera la misma para la cultura y otros aspectos mucho más interesantes que una fiesta llegada directamente de América, otro gallo cantaría.

Cuando hay unos destrozos importantes si hay culpables, serán sus autores materiales, porque la culpa no la tiene una inocente fiesta nos llegue de donde nos llegue. Lo único que queda desear es que dichos autores aprendan pronto que la diversión propia tiene un claro límite basado en el respeto, que no es otro que la diversión de los demás. Cuando uno se ríe a costa de hacer llorar al otro, algo está mal. Cada quien es responsable de sus actos y debiera reflexionar si para pasárselo bien ha de transformar la noche de todos los santos en la noche de los vándalos.