POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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CIUDAD DE ALTURA

Mientras escribo este artículo, está nevando sobre Baza. A la belleza de toda nevada, se une que ésta, al menos por ahora, es tranquila y no parece que vaya a cuajar demasiado, a pesar de que nieva abundantemente. Si el año pasado apenas llovió, y de copos blancos ni rastro, este otoño se está portando de maravilla, porque llueve con bastante frecuencia y sin causar destrozos y estragos en el campo. Que ya se sabe que lo bueno deja de serlo cuando se da en demasía y hasta el hartazgo.

Con la sequía que teníamos, el agua de lluvia ha sido una bendición del cielo, aunque aún tiene que llover mucho más, porque los pantanos apenas si notan que su nivel asciende, y es una pena verlos tan diezmados. Ojalá el tiempo siga portándose bien, y los humanos no nos dediquemos a despilfarrar lo que el cielo nos regala. Porque eso son la lluvia y la nieve, regalos celestiales. Y todo los que nos llega vía celeste, suele ser generoso y bello. Así que al menos no tendremos que hablar de crisis en la naturaleza, que ya sería el colmo de las crisis.

Baza está preciosa siempre, pero cuando sus calles brillan mojadas, reflejando las luces de la ciudad, me parece bellísima. Una ciudad fría, que ha ido escribiendo su historia a casi 850 metros sobre el nivel del mar, resguardada por montañas, y cobijada por estrellas entre el frío viento y la rasca serrana que agita las copas de sus árboles. El frío se agazapa en sus tejados, presto a saltar sobre quien recorra sus calles sin abrigarse convenientemente.

Somos sureños, pero del norte del sur, que imprime carácter, por la confluencia y la fusión de diferencias. Baza, septentrional granadina, encrucijada milenaria, formando parte de la primera vía romana, la hercúlea, que nos comunicaba directamente con el mediterráneo. El frío que nos caracteriza es el mismo que se utilizó de excusa para negarnos la condición de capital andaluza, en detrimento de Almería, más cálida sin duda, pero en su momento con menor importancia histórica, y desde luego mucho peor comunicada.

Pero Baza nunca le ha tenido miedo al frío, ni a nada. A nuestros niños se les llama zagales, que viene de valientes. Baza orgullosa y altiva, que no altanera, ciudad de altura, y por lo tanto cercana al cielo, que brilla para ella con un fulgor invisible en otras ciudades. Baza le sabe sacar partido a su frío, como indican esas ristras de pimientos rojos colgados en algunas paredes, y en las solanas, repletas de ricos embutidos prestos a secar en el seco y duro invierno.

Conservamos tradiciones de pueblos que pasaron y ya no están, pero que dejaron su impronta. Cuando estudias culturas pasadas descubres de dónde arrancan muchas costumbres bastetanas, en eso no diferimos de la mayoría de los pueblos de España. Pero particularmente yo encuentro similitudes al estudiar a los visigodos y a los árabes. Me gusta sentir, aquí y allí, que somos una mezcla de tantas cosas y de tantas gentes, que no podemos sino tener la mano tendida para quien viene de fuera, sin preguntar de dónde viene, ni si va a quedarse. Cuando has sido un cruce de caminos durante tantos siglos, lo más natural es ser hospitalario y abierto.

Ha dejado de nevar mientras escribía, confirmando mi impresión de que no iba a cuajar, lo que es bueno para todos. Así que me voy a la calle, a disfrutar de Baza, abrigada y feliz de tener el privilegio de poder vivir en ella, que no se merece otra cosa que la cuidemos y la mimemos entre todos para que luzca como se merece.