POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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 EL ALEGRE CHARLESTÓN

Los felices veinte, época de entreguerras, tienen una estética grabada en nuestras retinas que si tuviera música sería la del charlestón, bailado alegremente por aquellas chicas de cortas faldas y largos collares que movían sus cuerpos entusiasmadas por el ritmo, dejando en el olvido la crisis y la tristeza al compás del trombón y el clarinete.

Toda época de crisis tiene en compensación un movimiento de reacción para atajar sin violencia los cambios, y para que las dificultades o emergencias que conforman la crisis no se transformen en revolución, que más que cambio ya es pura ruptura. Generalmente hay una serie de manifestaciones sociales y culturales que pueden resumirse en la idea de tratar de ser una alternativa, una respuesta a los momentos difíciles; y ello se suele traducir en una alegría que apague la grisácea realidad.

Miro a mi alrededor y me pregunto dónde estará esa alegría. Atisbo atenta entre la mortecina cotidianidad y escucho el silencio por si empezara a sonar la melodía que obligue a mis pies a seguir el compás. Pero es el aburrimiento el que viene a mí como un empecinado oleaje que quiere salpicarme con su tediosa espuma. La vacuidad es la única música que el eco me trae cuando grito para ver si al menos hay otros gritos y entre todos podemos animar el aire.

La crisis puede generar vida o parálisis vital. No es difícil para mí responder qué me traen estos días difíciles. Los actos reflejos, como el bostezo, es algo que se contagia, sin saber muy bien por qué. Un bostezo gigante, como un devastador tsunami, se cierne inquietante ante una sociedad que lleva en la espalda un peso que no le deja andar ligero y con pasos vivos. El mensaje que nos transmiten tiene tintes opacos que se adornan con palabras como quiebra, caída, estafa, fraude, ruina. Así no sé cómo vamos a reaccionar con la alegría para contrarrestar las penas.

Sin el poder del dinero parece que todo está mustio, que ya decía Francisco de Quevedo y Villegas aquello de “poderoso caballero es don Dinero”, y era el madrileño persona muy erudita, dejando aparte sus muchos defectos. Pero ante la escasez, el poder de la imaginación es el más maravilloso de los tesoros. ¿Quién no ha recurrido a soñar lo que le falta? porque los sueños pueden ser el mayor placer de quien sólo cuenta con la posibilidad de imaginar lo que no tiene.

Vamos a poner una nota de color en nuestras vidas mientras llega el fin de la crisis, que para tristezas ya están las estadísticas y los índices que mueven hacia arriba o hacia abajo las grandes fortunas. Nuestra pobreza está a salvo de vaivenes, así que nada mejor que coger el vestido de transparencias y cascada de flecos para irnos a bailar sin descanso mientras el cuerpo aguante. Después entonamos lo de “mami, cómprame unas botas que las tengo rotas de tanto bailar” y dejamos el aire lleno de risas, que es la mejor música para acompañar el charlestón.