POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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APASIONADAMENTE

Con la palabra pasión ocurre lo que con otras cuantas, que encierra en sí misma significados contrarios. Así, mientras implica un estado pasivo, también conlleva una inclinación muy activa, una vehemencia ante algo o alguien. Y lo que queda muy claro, la pasión es compañera del padecimiento. Eso no lo tiene que decir el diccionario, porque cada persona apasionada sabe muy bien lo que es sufrir las consecuencias, o simplemente las connotaciones, de sus pasiones.

Apasionadamente. Preciosa palabra. Sentimientos encontrados, con polos iguales u opuestos, lo que deriva en acoplamientos o desencuentros que hacen saltar chispas. Nadie que viva una pasión queda indemne de las consecuencias. Eso si se vive a solas frente a objetos que despiertan esos sentimientos apasionados. Hablo de pasiones literarias, pictóricas, musicales, geográficas, etcétera. ¿Quién no se ha sentido apasionado, pongo por caso, por un libro que no ha dejado de leer hasta acabarlo, o por una ciudad a la que ha retornado año tras año, o por un pintor que le ha llevado a seguir el rastro de su obra de museo en museo?

Pero si dejamos a un lado estos objetos de deseo y pasamos a los sujetos, la cosa se complica un poquito más. Cuando son personas las que despiertan nuestras pasiones, entramos en un terreno mucho más complejo, peligroso incluso en ocasiones. Sentir apasionadamente algo por alguien puede convertirnos en seres diferentes, a veces transformarnos para siempre.

Está claro que las pasiones son algo fuera del alcance de las almas pusilánimes. Para vivir una pasión no se puede ser cobarde. Porque las emociones y los sentimientos y sensaciones pasionales no pueden encerrarse en unos límites, ni frenarse con barreras, ni domarse o censurarse o doblegarse o ignorarse. Cuando habla una pasión, el mundo exterior se esfuma. Las normas se desdibujan. Lo razonable o lógico se vuelve maleable, como de mantequilla; se derrite.

Vivir una pasión no va aparejado con locura ninguna. A veces hablan y dicen “se volvió loco por…”, y demuestran que no tienen ni idea. Para saber de pasiones hay que vivir pasiones. Ni las celestinas ni los chafarderos ni los censores sabrán nunca de la pasión, tal es la tibieza de sus corazones. Para sentirse vivos hay que vivir, no hablar de o ser espectadores de la vida, y mucho menos de las vidas ajenas. Mientras algunos viven, otros les llevan sus vidas, olvidando que están muertos por el simple hecho de que les faltó vivir ellos mismos.

Así que a vivir, que son dos días, o cuatro, qué más da, cuestión de mesura. Pero para vivir apasionadamente hay que vivir la desmesura de las pasiones. En los sentimientos apasionados y vehementes no caben las medias tintas, ni las templanzas, ni las sumisiones, ni los comedimientos, ni las composturas. Para vivir la pasión de la vida hay que vivir viviendo, y lo que es aun más importante: morir viviendo. Porque para estar muertos en vida, cual zombis inanimados y pasmados, mejor no estar, que ya somos muchos y cuando desaparece lo que para nada vale, ni se echa de menos ni desmerece el conjunto y el resultado finales. Al contrario, es muchísimo mejor soltar lastre, y es más conveniente antes que después.