POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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ESPUELAS

Pegaso es un caballo mitológico con alas, un caballo mágico que al nacer coceó una roca e hizo surgir la fuente de la inspiración de los dioses. Para que no muriera en invierno ante la falta de hierba con la que alimentarse, las musas le cuidaban. Era un caballo libre al que nunca nadie montó, excepto el príncipe de Corinto, Belerofonte, cuando la diosa Atenea le regaló unas bridas de oro con las que domarlo. Hasta que Zeus se enfadó por la altivez del príncipe y haciendo que una mosca picara a Pegaso, le devolvió a éste la libertad.

Bella historia, como todas las de la mitología. Pegaso, caballo alado. Una conjunción perfecta para hablar de la ausencia de yugos o cadenas. La fuerza salvaje de un equino piafando ufano, y la ligereza de unas alas para volar. No se me ocurre ahora otra imagen más gráfica y acertada para expresar la libertad, ese estado al que todos nombramos y que ciertamente es dificilísimo de encontrar.

Tiene el corazón espuelas, y se muestra indomable ante los designios del cerebro. ¿Qué importa lo razonable cuando habla el sentimiento? Por encima de todo, el palpitar, el indomable brío de la alegría. No, no existen bridas de oro para poder domar al corazón. Ni todos los dioses juntos, ni las hadas, ni las brujas, ni pócimas, ni maleficios, ni brebajes secretos, ni conjuros,… nada sirve para apresar los deseos y la voz del espíritu cuando éste se siente vivo.

Pero es que además, cuando el corazón dice de empezar a volar, poco nos queda de mantenernos en pie si no acompasamos nuestro propio ritmo al suyo. Y haremos mal si nos sentimos orgullosos y nos mostramos fatuos y necios, creyendo que la magia del sentimiento nos hace mágicos. Terminaremos como el príncipe Belerofonte, vagando solo en la eternidad, sin nadie que le haga compañía y a quien poder contarle siquiera las hazañas que vivió como jinete de Pegaso, y sus victorias sobre las Amazonas de Capadocia, o la Quimera de Licia.

Sólo sentir. Eso es bastante, y es mucho, cuando el corazón espolea nuestras vidas. Hay que dejarse llevar, cerrar los ojos sin miedo al vértigo, y sentir, sólo sentir. Aunque parece simple, hay personas que desaparecen de la tierra sin saber qué es eso del sentimiento. Lo más, se quedan en el instinto. Es como comer sólo por hambre, sin deleitarse en el placer de los manjares. O como andar sólo por llegar al final del camino, sin saborear que “se hace camino al andar”, como escribió Machado.

Pasión, sentidos despiertos, vida. Sólo se vive una vez, pero la vida es mucho si se sabe vivirla. Para morir ya tenemos la eternidad. Ahora es tiempo para sentir las espuelas y responder a su incitación.