POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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SI DEPENDIERA DE MÍ

Si dependiera de mí todo lo más importante, sería tan diferente. Pero no, da la casualidad de que aquello que más anhelas escapa de tu elección, y ahí empieza el poso de desencanto, o de impotencia, o de impaciencia, o de pon tú el sustantivo que más se adecue a tu personalidad. Pero lo llames como lo llames, el poso es un pozo sin fondo en el que se enquistan tus insatisfacciones. Ni se te ocurra tratar de salvar tal pozo, porque siempre vas a estar limitado por su contorno.

Si de mí dependiera la realización de los sueños más míos, qué felicidad; sería como tener una varita mágica y pedir por esta boca, y sentir una lluvia de estrellas revoloteando alrededor y brillando la alegría por poder dejar de decir aquello de “…y los sueños, sueños son”. Y no tener miedo a despertar, puesto que no estarías dormida, y regodearte en la consecución de lo soñado, vistiéndolo de realidad.

Si de mí dependiera la satisfacción de los deseos más íntimos, madrecita del Carmen, qué inmenso placer sentiría. Si casi sería un pecado poder ser tan dichosa. Mas hete aquí que es mucho más complejo que todo eso, y que todo aquello y que todo lo de más allá, que ya es dificultad, oye. Que no, vamos, que no, que no puede ser verdad semejante irrealidad.

Si de mí dependiera la culminación de los proyectos que me puedan parecer más interesantes y adecuados en cada momento, menuda suerte la mía, no me lo negarán. Objetivo a objetivo, pasito a pasito, andando con la certeza de que vas bien encaminada para alcanzar la meta deseada. Ay, eso sería el colmo de las cosas buenas, positivas y colmadas, que no es mal colmo, ¿eh?

Así que si dependiera de mí alcanzar los sueños, los deseos, los proyectos, los planes, los intereses, los logros, las esperanzas, los anhelos, todo aquello que requiere un esfuerzo encaminado a su obtención, juro por lo más querido, o mejor, prometo, que me gusta más, que no desfallecería ni un ápice en el intento para conseguirlo. Porque lo tengo muy claro, si de mí dependiera, lo tendría, me costara lo que me costara.

Pero es una pena, penita, pena, porque mira tú por dónde, qué fastidio, resulta que da igual el trabajo que le eches, la energía que dediques al empeño, la fuerza que emplees, el brío que gastes, el valor con que encares el propósito, el coraje que uses. Todo, todo da absolutamente igual cuando las cosas que buscas no dependen de ti. Ah, qué me dices ahora, bendito espíritu creído de tus posibilidades. Tú eres nada cuando importa un bledo lo que tú hagas. Aunque algo positivo tienes en compensación: tampoco has de responder por lo que ocurra cuando eso que ocurre no depende de ti.

No sé si ese es mucho consuelo, la verdad sea dicha, pero algo bueno habrá que encontrarle al rollo de comprender que no tenemos nada que hacer cuando nadie nos da vela en el entierro. Anda, qué funesto ha quedado; pues lo cambio: cuando nadie nos da vela en el bautizo. Mucho mejor ahora, sí, pero igualmente frustrante. Ya te digo, que todo sería perfecto si dependiera de ti, o de él, o de mí…pero es tan imperfecto cuando depende de nosotros, que es casi mejor dejar de hablar en singular y empezar a conjugar los pronombres en plural. Pues es desesperante comprender que da lo mismo un sí que un no, o un depende que un según; que por bien que te expliques, tú sólo eres tú, y donde acaba tu imperio empieza el de los otros, que para nada comparten esas perfectas explicaciones por muy bien que las hayas expuesto.