POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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BABEL

Rafael Nadal, número uno del tenis mundial, va a prestar su imagen para una campaña de promoción del uso correcto de la lengua catalana. Dejando aparte que él es de Mallorca y que en las Islas Baleares reivindican el mallorquín con sus diferencias del catalán, me parece una idea genial que alguien con semejante proyección mediática a nivel mundial colabore para promocionar su cultura. De hecho, él mismo es imagen también de una campaña publicitaria del turismo en las Baleares.

Echo de menos que en nuestro país se conozcan más sus lenguas. Porque con independencia de que el castellano sea la oficial del Estado, el catalán, el gallego y el euskera son igualmente oficiales en las Comunidades Autónomas en que se hablan, tal y como señala nuestra Constitución, que añade que “la riqueza de las distintas modalidades lingüísticas de España es un patrimonio cultural que será objeto de especial respeto y protección.”

Junto a ellas, el aranés, oficial en el Valle de Arán, completa el listado de idiomas cooficiales, que se reparten en las seis, de las diecisiete, Comunidades Autónomas bilingües de España. Si a ellos añadimos los idiomas no oficiales, es decir, el asturleonés, el aragonés, u otros hablados por españoles, tales como el caló, el tamazight o el árabe en su dialecto dariya, la cosa se va complicando.

Pero es que no se pueden dejar a un lado las denominadas “modalidades lingüísticas de transición”, a las que pertenecen el cántabro, el extremeño, el eonaviego, el portugués de Firrera y la fala de Jálama. Ni por supuesto las variedades dialectales del castellano: el andaluz, las hablas canarias, los rasgos dialectales murcianos, el castúo y las hablas riojanas.

Aunque si parece ya complejo, sólo tendremos que incluir en este conjunto patrimonial lingüístico las lenguas no orales, como el silbo gomero o las lenguas de signos en sus variedades española, catalana y valenciana. Todas lenguas vivas, con sus comunidades de hablantes, que a veces no conocen más modo de expresarse que el vernáculo, y que por supuesto no entienden de política en algo tan humano y natural como es la comunicación.

Aunque aún queda por hablar de las lenguas muertas, hoy desaparecidas, pero que se hablaron en la actual España, o sea: el celtíbero, el lusitano, el tartésico, el aquitano, el íbero, el fenicio, el griego clásico, el latín. Amén de las lenguas habladas durante el medievo; es decir, el gótico, el mozárabe, el árabe andalusí, el guanche y el navarroaragonés. Casi nada. Eso es riqueza cultural y lo demás tontería.

Claro que para tontería, la de quienes se rasgan las vestiduras porque un catalán, pongamos por caso, hable catalán, o un vasco euskera. El respeto parte del reconocimiento, y si una persona habla de una manera será porque es “su” manera, que tiene tanta cabida como las demás maneras. Es por lo que nunca entenderé tampoco que en Andalucía se les regañe a los críos y crías si emplean un “to” o un “ná”, porque eso es andaluz, que para nada se puede equiparar a un castellano mal hablado. Cuando digo Graná no estoy diciendo Granada mal. Y quien así piensa, se equipara a quien insulta a algunos españoles porque hablan otras lenguas diferentes al castellano.

Me gusta España por su diversidad y maravillosa riqueza cultural. Somos un país con una historia tan importante en tantísimos aspectos, que no me cabe en la cabeza que alguien pueda ir en contra de su propia historia, que es precisamente la que nos explica y nos hace entender la actualidad y el presente. El habla surgió para entendernos. La diversidad puede hacer que se entiendan más personas, o que dejen de entenderse, tal y como ocurrió en la construcción de la Torre de Babel. Comunicación o confusión. Es una elección  entre opciones divergentes.

Y para amenizar la reflexión sobre la temática de hoy, una anécdota personal. Estaba de vacaciones un verano en el Valle de Arán, cuando el aranés aún no era oficial en el resto de Cataluña, y estaban con toda la discusión sobre el hecho lingüístico diferencial, con la lógica tendencia al protagonismo del tema, que para los de fuera podía llegar a aburrir, máxime si estás totalmente de acuerdo y no ves motivo de enfrentamiento en el hecho. Un poco mareada ya de escuchar aranés, o catalán, o castellano en plan reivindicativo en todos los casos, fui a comprar a un supermercado y pedí un cuarto de jamón “deshuesao”, a lo que la dependienta, con ojos desorbitados, me preguntó “¿Jamón de dónde?”, mientras a mí me daba la risa y le decía que me daba igual, pero que sin hueso, añadiendo que aparte de todas sus lenguas, también existía el andaluz. Por supuesto no se enteró de nada y debió creer que era un chiste sin gracia, pero a mí me pareció un ejemplo genial de cómo a veces las políticas van por un lado y las realidades por otro.

Así que háblame como quieras, y deja que yo haga lo mismo. Pero, por favor, que esa libertad y respeto haga que nos entendamos, no que nos enfrentemos.