POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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EN LA MISMA PIEDRA

Leyendo sobre la incidencia de la temperatura de nuestro planeta en el auge o la caída de las grandes civilizaciones de la historia, sobre la conjunción del calentamiento y el enfriamiento con el desprecio del hombre hacia el medio ambiente como factor desencadenante de la desaparición de prósperas culturas y civilizaciones de la antigüedad, me doy cuenta de que la humanidad avanza sin escuchar la voz de esa misma historia, que le habla sin tapujos de las consecuencias de actuar en uno u otro sentido,  desde que esa humanidad despertó a la vida y empezó a desenvolverse en un medio que aunque muchas veces fuera el idóneo, otras tantas se volvió hostil, dependiendo en no pocas del resultado de su conducta.

Aunque da igual que se nos hable claro y con evidentes muestras de que no se está inventando nada. Cuando uno no sabe o no quiere escuchar, hablar es malgastar las palabras. Pero eso no impide que el pasado sea una inagotable fuente de ejemplos de cómo la irresponsabilidad y la falta de previsión humanas ante los cambios que la misma acción del hombre provoca en la naturaleza, pueden llevar al derrumbe y hasta la extinción de imperios que parecían invencibles e intocables, y que tardaron en desaparecer lo que se demoraron el medio ambiente y el clima en volverse protagonistas aunque nadie les hubiera reservado un papel a representar en el guión de la historia.

Los científicos de muy diversas disciplinas, tales como arqueología, antropología, climatología, paleontología, etc., analizan la información obtenida en sus estudios y no se cansan de compartir los descubrimientos a los que les llevan los datos de años de investigaciones, reconstruyendo con las nuevas tecnologías lo que le ocurrió al hombre y a su entorno desde la misma cuna de la civilización. Explican enigmas como la desaparición de culturas avanzadas y sofisticadas como la maya o la de la isla de Pascua, o la sumeria o la argárica, o la egipcia o la griega, o la romana…a partir de las nefastas consecuencias que tuvo en el medio ambiente la acción de los habitantes de tales culturas, con su incidencia directa en cambios climatológicos que desencadenaron su final. No como factor único, pero sí como elemento añadido desencadenante.

Nunca entenderé que no se escuche más a los científicos. Cuando la ciencia no existía, la filosofía era la que daba explicaciones, y era muy importante. Las doctrinas de los más grandes filósofos han llegado hasta nuestros días, aún se estudian en las universidades, y hay en ellas múltiples respuestas para muchas inquietudes que no encuentran satisfacción en la ciencia. Ésta, combinada con la filosofía cuando no son incompatibles en muchos aspectos de interés, es como una de esas bolas que utilizan los magos para ver qué paso, qué pasa y qué pasará.

Es una pena que se deje de escuchar lo que no gusta oír y de mirar lo que no gusta ver. Hay que tener la inteligencia suficiente para atender a las lecciones del pasado. No se puede caer en un determinismo ni en un catastrofismo basado en la ecología y sus leyes, pero tampoco se puede minimizar el importante papel que el medio ejerce en el desarrollo de cualquier cultura. Con nuestros conceptos, filosóficos o científicos, no seremos capaces de detener el curso de la naturaleza y las cíclicas fases por las que pasa nuestro planeta. Pero si, como ocurre ahora, estos ciclos empiezan a alterarse, creo que lo mejor es aprender de los errores del pasado por un salvaje e incontrolado deterioro medioambiental, para no obtener las mismas desastrosas consecuencias, especialmente si ya conocemos éstas, porque eso sería tropezar una vez más en la misma piedra.