POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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FATUOS

La imbecilidad es el punto de partida de una espiral y por más que te alejes en cada uno de los giros, la referencia de todos ellos será la imbecilidad propiamente dicha. Da igual que el lelo y débil mental se olvide de cuál es el origen de su escasez de razón: es y será un mentecato por los años de su vida, que al menos es mejor que por los siglos de los siglos. Y no hay que añadir “amén”, pues así es y es innecesario desear que así sea.

Espirales hay a cientos en este mundo social de relaciones humanas, se las llame idiotez supina, inseguridad, frustración vital, quiero y no puedo, falta de escrúpulos, servilismo, etcétera. Supongo que desde que el mono fue hombre, siempre hubo alguien que se puso en pie primero y ya entonces tuvo un baboso al lado para llevarle el garrote con el que recibir los palos si no obedecía. ¿A cambio? Las cáscaras de los cacahuetes y un buen garrotazo a tiempo, porque entonces no había sartenes y era  pura ciencia ficción un sartenazo bien dado.

Seres humanos se nos llama, y es precisamente esa humanidad que nos hace imperfectos la que nos salva del implacable veredicto del intelecto. Pero hay humanos más inhumanos que otros, y no por ello menos imperfectos. Lo que ocurre es que hay imperfecciones que más que leves defectos morales son taras tan gigantes que decrecen el valor de una persona hasta la mínima expresión. Ahí está el quid de la cuestión: cuando alguien no vale, es un cero, es la negación. Tanto es así que pasa a quídam, válgame seguir con el latín la cercanía léxica que hará fácil el uso del diccionario para quien lo necesite. Lo cual no quiere sino decir que el idiota de turno cuya indecencia es tal que supera con creces el límite permitido, es  tan insignificante que deja de tener importancia alguna. Desmerece en tal modo e intensidad la valía de la especie, que desaparece en los mapas de las personas que verdaderamente importan.

Estos puntos muertos en los paisajes de la inteligencia son como agujeros negros invisibles pero sin capacidad de atraer energía alguna, dado el elevadísimo nivel de incompetencia y falta de atracción que acumulan en sus despreciables personalidades. Vamos, que gustarme, como que poco.

Y este “no ser” andante vive tratando de dar la apariencia de ser. Da igual lo que elija aparentar. Es y siempre será un ente hueco, vacío de cualquier característica positiva, y embriagado hasta el hartazgo de negatividad. Que no es el simple dime de qué presumes y te diré de lo que careces. Que va más allá, pero que muchísimo más allá. Ni tiene de qué presumir, ni se puede decir que haya algo de lo que carece, pues la negación es absoluta y abarca el infinito.

Lo peor de estos necios es que gustan de creerse superiores al resto de los mortales y se empecinan invariablemente en tratar de hacer escuchar su lenguaje mudo, desconociendo en su ignorancia general y ajena a cualquier regla o medida, que los demás están sordos para su rimbombante discurso de memez. En el paroxismo de su infundada vanidad, estos ridículos presuntuosos cantan aquello de soy la reina de los mares, olvidando que en el mar no hay reina que valga o no valga, ni caben siquiera cantos de sirena. Fatuos se mezclan, que Dios los cría y ellos se juntan, y fatuos se desvanecen en el limbo, por los siglos de los siglos. Amén.