POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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CARETOS

Soy de quienes nos hemos pasado muchas horas escribiendo cartas, costumbre que ha ido dando paso a escribir mensajes cortos por el teléfono móvil, o correos electrónicos por el ordenador. Y en esas cartas no sólo usé el lenguaje de las palabras, pues a veces era perfecto dibujar un careto con distintas expresiones para mostrar mejor lo que decía. Así, con una carita con sonrisa o tristeza o enfado o estupor, por ejemplo, en sus bocas, se podía enfatizar las emociones de una frase, de una manera concisa y ciertamente efectiva.

El tiempo ha cambiado tantas costumbres… Hace no demasiado lo de los móviles parecía algo de película, y sin embargo ahora tenemos un montón de ellos en nuestras casas. Con los ordenadores pasa otro tanto de lo mismo, aunque creíamos que eso no iba con nosotros, ahora tenemos uno fijo que suele estar conectado a Internet horas y horas, aun cuando salimos fuera; sin contar que quien más quien menos tiene también un portátil, que suele acompañarnos cuando vamos de viaje, ya sea para conectarnos a la red inalámbricamente, ya sea para  pagar una tarjeta de conexión por tiempo.

Ello no impide que dejemos las buenas costumbres como la lectura. Con los ordenadores, y con los móviles también, no se hace más que leer y leer, además de escribir. Son nuevos soportes, pero cuando “navegas” estás leyendo, y escribes y lees en cada sms y en cada e-mail, aparte de cuando usas el Messenger y te conectas con los amigos para chatear un rato. Aunque uses la webcam y lo que imaginabas de pequeño se haga realidad, teniendo frente a ti la imagen de quienes están al otro lado, y ellos la tuya, el resto del tiempo estás escribiendo y leyendo. Y en ello tiene un importante papel el de los emoticones o caretos, llamados también emoticonos, como fusión de las palabras emoción e icono. O sea, nada nuevo bajo el sol, porque cuando ni sabíamos de su existencia, ya hacíamos uso de ellos aun sin que tuvieran estos nombres.

Ahora leo que los emoticones ya existían desde el siglo XIX, que en un principio eran representaciones de caras humanas con la expresión de una emoción, aunque quienes los usamos hoy en día sabemos que el tema se ha ido haciendo mucho más diverso y completo. Una curiosidad: los hay con rasgos occidentales y también con orientales. Parece ser que el mismísimo presidente americano Abraham Lincoln utilizó uno con guiño de ojo en uno de sus discursos. Lo que está claro es que su uso se ha generalizado por su capacidad como abreviatura y por su facilidad para expresar los sentimientos. Los hay sencillos que indican sonrisa, risa, tristeza, guiño, sorpresa, burla, llanto…y los hay más complicados, para referirse a la fiesta, al señor con barba o bigote, a Papa Noël, etc.

Nuevos tiempos, nuevas costumbres, nuevas herramientas para nuevos usos, pero siempre de fondo el ser humano y sus sentimientos, junto a la necesidad de comunicarse con el otro. En esa comunicación es innegable la fuerza y el poder de la palabra, ya sea escrita, ya sea oral; pero no se puede olvidar que a veces una imagen vale más que mil palabras, y en esa concisión, no podemos dejar de lado a esos caretos que tanta fuerza expresiva tienen, hasta con los más pequeños, porque incluso a los bebés les fascina el garabato de una sonrisa. ¿Cómo no recordar la fuerza de la risa del gato de Yorkshire, en “Alicia en el País de las Maravillas”, dejando sólo su sonrisa dentona cuando desaparecía allá en las ramas de un árbol? Pongamos, pues, un careto en nuestras vidas, o mejor uno para cada ocasión, aunque a veces basta con sólo vernos la cara real para saber qué tal estamos de emociones en ese momento. Nada como mirar bien para ver hasta lo traspuesto.