POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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MUJERES (2)

Llega Gadaffi, líder libio, a Roma y se queda tan pancho diciendo que la mujer para el mundo árabe e islámico es como un mueble, que se puede cambiar sin problemas cuando apetezca. Acto seguido añade que esa “situación horrenda” espera una necesaria “revolución femenina“ para acabar con ella. Me pregunto cómo harán tal revolución las mujeres víctimas de esa realidad, inmersas en una cultura extremadamente machista y que las agrede con tantísimas conductas de negación, violencia y abusos. Desde el pañuelo al burka para simbolizar la cultura más misógina y discriminatoria hacia la mujer, por más que nos lo quieran contar con bonitas palabritas que tratan de explicar lo inexplicable. Porque no puede haber argumentos para condenar a una persona a la nada sólo por nacer mujer.

Pero es que en nuestra cultura occidental, y salvando el evidente abismo, la mujer es víctima de otros enemigos más sutiles, como por ejemplo la moda o la estética imperante. Los cánones de belleza establecidos para las féminas conducen a verdaderos problemas impensables siquiera para los hombres. Por fijarnos en algún detalle en concreto, aunque es algo muy general y además, que es lo peor, considerado lógico y normal en nuestra sociedad, nos encontramos con que el calzado estrecho de punta fina y tacón alto multiplica por diez las deformidades de los pies, por lo que los cirujanos y expertos recomiendan su uso sólo en contadas ocasiones muy especiales. Es evidente que sucede justo al contrario, que para que una mujer vaya calzada como manda lo que se lleva, sólo raras veces dejará de usar el tacón alto, especialmente si es moderna y va a la última. Penoso. Sus huesos se lo cobrarán en dolores y deformaciones.

Otras consecuencias de la belleza marcada por la moda y las costumbres al uso son la anorexia y la bulimia. Si hasta los gurús de las pasarelas se echaron las manos a la cabeza cuando se trató de intentar que desde  ellas no se ofreciera la imagen de modelos que da lástima verlas, que parecen recién llegadas de una hambruna africana, de esa que mata millones de niños y niñas cada año. Así no tiene nada de extraño que sólo el 16% de las españolas se sienta contenta con su cuerpo, que significa, ni más ni menos, que de 100 mujeres en nuestro país, hay 84 que se sienten mal y descontentas con su físico, generalmente porque se sienten gordas. Supongo que cuando se llevaba la estética que refleja la pintura de Rubens, con esas mujeres que no eran sílfides precisamente, las 16 que hoy están satisfechas de su cuerpo e imagen, hubieran sido las más desgraciadas de aquella época.

Si añadimos temas como el tamaño de los pechos y el recurrir a la silicona para transformarlos en verdaderos globos hinchados que implican peligrosas consecuencias para la columna y la espalda. O el vello corporal, que vuelve esclava a las mujeres de la depilación, cuando no las lleva directamente a necesitar de ayuda psicológica, muchas veces prescrita desde los mismos salones de belleza o clínicas de cirugía estética. O problemas como la calvicie, que si en los hombres ya es traumática, en las mujeres puede ser el detonante de una inestabilidad emocional sin pies ni cabeza. Lo que para los hombres se queda simplemente en bromas y alusiones a una virilidad superior, para la mujer puede ser motivo de chanzas y de una crueldad que no pocas veces desencadenan el gran mal de las mujeres actuales: la depresión,  que es ya la principal enfermedad mental en ellas, y que curiosamente la padecen tres veces más que los hombres.

Mujeres, seres humanos que deben pagar un elevado precio por ser como les manda la religión (hecha por hombres, que ya se sabe que quien reparte se lleva la mejor parte), o la moda, o el maltratador de turno, o una cultura patriarcal que las trata como a pobres desvalidas y les exige muchísimo más para considerarlas casi al mismo nivel que hombres que llegaron arriba sin apenas esfuerzo. Mujeres que son las madres, las hermanas, las hijas, las esposas, las amantes de tantos y tantos hombres que las tratan mal y las convierten en demasiadas ocasiones en sus víctimas. Por eso me gustan los hombres que se sienten personas y que tratan a las mujeres como a personas. La pena es que son minoría. En ellos está la capacidad de transformarla en mayoría.