POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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LA MIRADA INTERIOR

Hay distintas posturas en el modo de enfrentarse a la vida. Se podría decir que existen tantas miradas como ojos que miran, pero a la postre todo se limita a un conjunto de modos de observar que agrupan las actitudes más similares entre sí, y por ende más diferenciadas del resto. Ya se sabe que hay gustos como colores y que cada cual se identifica con una manera particular y con una visión peculiar, a no ser que se pertenezca al grupo que se mueve como autómata y al que es fácil dirigir en uno u otro sentido. Así, no faltan personas que andan por donde se las lleve; exentas de personalidad, se diría que forman parte de un rebaño e idolatran a su pastor. Claro que al menos observan a quien les sirve de guía, que ya es un adelanto con respecto a quienes caminan sin rumbo y sin nadie que se lo trace.

Existe el que entona aquello de “mirando al mar soñé que estabas junto a mí…”, algo típico de quienes a base de malabarismos idílicos se deslumbran a sí mismos y viven el ensueño que recrean, en tanto la existencia no les golpea crudamente la cara y se encuentran desconcertados y perdidos ante un mundo en el que no tienen cabida los sueños. Sin embargo, los hay mucho más prácticos para los y las que la realidad es la que manda e impone su ley. Ni qué decir que éstos se mueven al son que marca su propio interés, y sálvese quien pueda.

Tenemos también a quien en vez de vivir su vida se dedica a vivir la de los demás. Son quienes se creen imprescindibles y rellenan su vacío existencial a base de querer usurpar el puesto de los otros. No hacen nada de lo que deben, pero se empeñan invariablemente en hacer lo que no les corresponde. Es su modo de querer gritarle al mundo que son insustituibles, cuando su conducta canta y lo único que logran es el rechazo de quienes sienten violentado su propio espacio. Aunque parezca mentira, hay gente que no sólo quiere brillar y pavonearse, sino que no son felices si al hacerlo no anulan y sienten que oscurecen a los que les rodean.

Allá cada cuál. Seguramente todo es válido si así se consigue el bienestar. Aunque raramente se logrará si no se parte de uno mismo. Porque da igual si te enfrentas a la vida creyendo sólo en el momento presente, o construyendo cual laboriosa hormiguita un futuro que te sirve de reclamo y de acicate, o tratando inútilmente de recuperar el tiempo perdido que nunca volverá. Lo importante, a mi modo de ver, por supuesto, es no dejarse llevar por los ritmos y las cadencias ajenas.

Ni cantos de sirena ni querer amoldarnos a melodías que chirrían en nuestro interior. Cada una y uno de nosotros tenemos nuestra propia música y no conseguiremos vivir acompasados en tanto no sepamos escucharla. Es difícil en los tiempos que corren, aunque para hablar con más propiedad se podría decir en los tiempos que vuelan, detener el paso y mirarnos para adentro, conversar con  nosotros mismos, analizar en silencio el porqué  de nuestros actos y estados anímicos. Es lo que se denomina introspección, que no es ni más ni menos que la mirada interior.

Tener la valentía de llamar a cada cosa por su nombre, de reconocer tal y como somos, pero no como nos gustaría ser, que ese es otro cantar. Porque es facilísimo engañar a los demás, al menos en tanto no nos calen, pero muy improbable poder mentirnos a nosotros mismos. Así que vamos a tener la osadía de adentrarnos en nuestra esencia, que al fin y al cabo es la que nutre nuestros comportamientos e impregna nuestros ideales. Podremos poseer grandeza o insignificancia de espíritu, pero lo más importante es no sólo esa mirada interior, sino sobretodo ser capaces de mantenerla y ver cómo somos de verdad. Tal vez convirtiéndonos en puerto estemos a salvo de vientos y tormentas.