POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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NARANJAS, LIMONES Y POMELOS

La vida es dura, agria, para qué vamos a engañarnos. Sólo con grandes dosis de fortaleza se puede seguir adelante sin que nos hunda el peso de los aspectos negativos. Se puede optar por luchar contra las desigualdades,  las injusticias, la pobreza, la miserable condición de los tiranos que viven a costa de sus pueblos, o la hipocresía de quienes construyen grandes imperios económicos a base de guerras y mafias. O no dejarse arrastrar por lo feo de la realidad, por los niños y niñas que mueren de hambre –junto a sus padres-, por la niñez explotada laboral y sexualmente, por las víctimas de los abusos o de la violencia o de una adicción asesina, por quienes sufren desde que nacen hasta que mueren. Sólo por esbozar unos ejemplos, que todos y todas conocemos muchos más.

Jamás comprenderé que se pueda vivir tan tranquilamente a base de la muerte ajena; ya sea física,  ya sea en un plano intangible compuesto por todo lo que aunque no se pueda tocar tiene su propio latido y provoca tanto dolor como una herida abierta.  Al igual que  nunca entenderé que se mire a otro lado cuando algo inevitable no gusta, que se niegue lo evidente, que se lave uno las manos emulando a Pilatos, que se opte por verlo todo de color de rosa y con el almibarado y meloso sabor de lo dulce. Vale que uno sea capaz de crear espacios sin acritud, como oasis en los desiertos de lo cotidiano. Algo muy distinto a la cobardía del dejar estar cuando se puede acabar con ello. Por eso admiro a la gente que nunca pierde la sonrisa, que te devuelve paz y armonía cuando llegas a ella con aspereza. Hay quien se cubre de corazas para protegerse de la vida, y quienes tienen la capacidad de convertir la alegría en su arma más poderosa, sin necesidad de escudos ni armaduras. Su actitud positiva es su mayor defensa.

Todo lo que existe ha de encontrar su acomodo y cada entidad, e identidad, se explica mejor desde el contraste con su dimensión opuesta. Por eso desde pequeños nos enseñan a distinguir con pares como alto-bajo, blanco-negro, limpio- sucio, sano-enfermo, grande-pequeño y así con tantos como puedas recordar. Lo importante es que una vez comprendido el concepto de los contrarios nos queda toda una vida por delante para ir descubriendo los matices que caben en la línea que une los polos opuestos.

Dulzor y amargor, como sonrisas y lágrimas, o simpatía y antipatía, buenos y malos o el juego sin solución de continuidad de los opuestos. Siempre me preguntaré por qué la mayoría de la gente se queda en general con la cara amable de las cosas aun sabiendo que es falsa, por qué prefieren el caramelo aunque esté envenenado, a tener que soportar siquiera por un momento la acidez que encierra dentro de sí misma la existencia. Seguramente es más fácil degustar la naranja que el limón, aunque siempre nos quedará el sabor agridulce del pomelo.