POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
Para remitir sus comentarios, clique AQUÍ

IGUALES ANTE LA LEY (2)

Por seguir hablando un rato de las mujeres y de los homosexuales, entre otros colectivos en los que aún es necesario, por desgracia, seguir luchando por la igualdad de derechos, vuelvo al mismo tema. Porque una cosa es la Ley y otra muy distinta las costumbres. Y si una norma escrita tiene valor y seguramente acabará creando costumbre, los usos sociales dejan a veces más surco en el camino a andar que cualquier precepto legal.

Así, ¿de qué sirve que los homosexuales puedan casarse, si la sociedad, ciertos sectores de la sociedad, van a continuar con sus mofas? Los prejuicios, que por ser previos al conocimiento ya me parecen una desvergüenza poco inteligente, son muy difíciles de erradicar de la masa. Y ésta es una máscara perfecta para que en ella se esconda la cobardía de quienes ni viven ni dejan vivir. ¿Cómo vamos a decir que estamos por los derechos de las mujeres, si éstas siguen muriendo a diario por la violencia machista y la sociedad no reacciona?

La necedad no procede de la falta de estudios o de una baja economía o de una procedencia geográfica determinada. Hay gente inteligente y tolerante que apenas sabe escribir, porque no tuvo las oportunidades de otras personas. Como hay imbéciles integrales con tres o más carreras y con todo lo material al alcance de sus deseos. La tolerancia no sabe de puntos cardinales ni de acentos en el habla, ni de perfectas o imperfectas vocalizaciones. Hay hombres y mujeres, así, desnudos de masa en las que enmascararse, que son felices porque saben apreciar lo que tienen y no sienten la desdicha de lo que les falta, que además aprecian y disfrutan la felicidad de los demás.

Como hay amargados de san Quintín que sólo se sienten bien cuando ellos y nada más que ellos pueden beneficiarse de la vida y de los derechos. Y si encima logran escaquearse de sus deberes y que apechuguen otros con ellos, mejor que mejor. Estas personas son las que, generalmente, añoran tiempos pasados en que unos pocos listillos tenían muchos privilegios y otros muchos desgraciados  no tenían casi nada. Gracias al paso de los tiempos y a la vivencia de la democracia, amén de a la lucha de un puñado de valientes que dio su vida por la consecución de los derechos civiles para todos y todas, esa añoranza ya no tiene visos de recuperar los añejos tiempos de la desigualdad.

Sin embargo, hete aquí que conviviendo con las prácticas democráticas subsisten conductas fascistas que persisten en etiquetar y mandar a los guetos a personas a las que se niegan a tratar en igualdad. Si los nazis encerraban y marcaban con diferentes distintivos a judíos, a homosexuales, a gitanos, etc., ahora ya no se les marca como entonces, como a reses de distintas ganaderías, sino a golpe de etiquetas y de negarles la igualdad de derechos. Y si parece fuerte el análisis, no se olvide que la brutalidad sólo está en la realidad. Es ésta la que ha de asustarnos, no la denuncia de su existencia.

Podemos pensar en las mujeres, en los homosexuales, en los gitanos, en los extranjeros, en los negros. Que piense cada cual en quien crea que no vive la igualdad constitucionalmente reconocida, por cualquier motivo que se erija en discriminador. Seguro que aciertan a reunir unos cuantos ejemplos. Y piensen entonces que en ellos hay personas con vidas, con sentimientos, con emociones, con la rabia que da sentirse diferente sólo porque otros decidan que lo son. Es posible reflexionar sobre estas cosas tan simples de la igualdad, y pensar por un momento si nosotros queremos un mundo mejor para todos y todas, o preferimos uno en el que haya guetos para encerrar a las minorías que una mayoría decida.