POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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MUSEO VACÍO

El museo de arte contemporáneo Maxxi, de la arquitecta Zaha Hadid, primera mujer en ganar el Premio Pritzker, ha abierto en Roma tras once años invertidos en su creación. Hasta ahí nada especial si no es para los amantes de la arquitectura y de las vanguardias artísticas. Lo curioso, para cualquiera que haya leído la noticia, es que este imponente y maravilloso edificio ha abierto vacío, pues hasta la primavera no cobijará su primera colección, compuesta por 350 obras del siglo XXI.

Basta una mirada a las imágenes del museo para comprender que quienes han tenido el placer de visitarlo hayan quedado deslumbrados ante su grandeza. Una vez más, la obra de arte es el continente que albergará un artístico contenido. Los entendidos en el tema nos dicen que ha nacido un competidor para el Guggenheim de Bilbao, aunque prefiero hablar en términos de complementariedad en vez de competencia. Sin embargo, de todo lo que he visto y leído sobre el hecho, lo que más me ha emocionado sin duda alguna ha sido la frase “a Bernini le habría gustado” pronunciada por un crítico. Aparte de que la obra de uno de los mayores artistas del Barroco es sencillamente fascinante en todas sus facetas, es que estoy totalmente de acuerdo en que el escultor, arquitecto, urbanista y pintor italiano se habría entusiasmado recorriendo el Maxxi romano.

Desnudo el interior, vacío, es más fácil contemplar la belleza sin interferencias. Y no hablo ya de un edificio, ni de cimientos, pilares, muros, escaleras, rampas, aperturas, paredes, patios, fachadas, pasillos, curvas, acero, hormigón, cristal, altura, luz, espacio, etc. Me refiero al ser humano y a su estado interno. A veces hay que vaciarse, despojar el yo interior de todo lo que le aprisiona o le impide brillar a fuerza de pesares y congojas. El ánimo, la energía que late dentro de cada uno es como la colección que puede admirarse si abrimos las puertas. Si llega el cansancio, el hastío, el agobio ante los propios sentimientos, seguramente ha llegado el momento de la renovación.

Los cambios íntimos, sentimentales, emocionales, sensitivos, no son tan simples como adoptar una nueva apariencia, porque el aspecto externo es algo que variamos de continuo, casi sin darnos cuenta, como quien se muda de ropa en función del día y del motivo. La fuerza de la costumbre es el peor enemigo para las transformaciones, para sentirse nuevo cada día, con el ánimo ligero, presto para elevarnos sobre el sopor que supone la repetición y el cansino volver sobre lo ya conocido.

Vamos a cerrar las puertas para desnudar en privado nuestro adentro y remozarlo. No tengamos miedo de desechar lo que puede parecernos esencial pero nos retiene en un estado de letargo existencial que nos impide el correcto devenir de nuestra vitalidad. Acabemos con lo que nos sabe a viejo y caduco. Pero no tengamos prisas por reemplazarlo por lo nuevo. Probemos a abrirnos limpios de todo ornato interno, a modo de museo vacío por cuyas estancias se despliega la vida sin distracciones de ningún tipo. Después de todo, hay momentos en que es tiempo no ya del minimalismo psíquico, sino de la más absoluta negación. Es como poner los contadores a cero para poder empezar de nuevo otra vez.