POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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JARDINES

La otra mañana iba caminando por una calle cuando me sorprendió un maravilloso canto de ave alegre y muy variado. Al volver la esquina vi que se trataba de un precioso canario color naranja fuego que cantaba descosido en una minúscula jaula de madera y alambre que había en un balcón. Sus trinos me evocaron una naturaleza que evidentemente no existía en aquel rincón.

Mientras seguía mi camino me acordé de los bonsáis, esos árboles y plantas reducidos en una bandeja que te traen la naturaleza como adorno, arte que surgió en china hace más de dos mil años y que para el taoísmo era símbolo de eternidad. Un pájaro en una jaula, un árbol en una bandeja, fragmentos de vida salvaje domesticados por los humanos para el recreo de sus sentidos.

Lo que sentí con el feliz trino de aquel canario fue una instantánea alegría que de inmediato me hizo desechar las preocupaciones que me acompañaban en mi camino antes de escucharlo. Semejante a la que se siente cuando te encuentras un balcón lleno de macetas con plantas y flores recreando la belleza natural entre la obra del hombre.

Los jardines, esos huertos floridos nacidos para el descanso humano más allá de la productividad de los cultivos para su consumo en la mesa, son remansos de paz. Como un paso más para lograr el equilibrio, los jardines zen, verdaderos oasis de quietud. Los seres humanos vivimos sumergidos en el desorden de nuestra propia creación y cuando nos proporciona infelicidad, de inmediato buscamos el orden y la armonía.

Pero no es algo privativo nuestro. Si nos fijamos en esas sorprendentes aves que responden al nombre de capulineros, también conocidos como pájaros jardineros, podremos observar cómo también recrean espacios armoniosos de belleza natural al construir sus chozas y avenidas bellamente ornamentadas para atraer a las hembras. Son verdaderos pájaros artistas, que combinan como expertos colores y formas, elementos y texturas. En plena naturaleza, los rincones de los capulineros son maravillosos escenarios en los que se entremezclan pinceladas de belleza hasta crear auténticas obras maestras, en las que en muchas ocasiones no falta ni la pintura que con sus picos usan para terminar de acicalar sus dominios.

Seguramente el arte cumple la misma función en nuestra sociedad. Somos capaces de mantener vivas guerras en múltiples rincones del planeta, con enfrentamientos que causan muerte y dolor a millones de personas. Ponemos nuestra inteligencia al servicio de los poderes fácticos que mueven los intereses mundiales, creando sofisticados sistemas de exterminio. Pero al mismo tiempo, dejamos que la sensibilidad hable su propio lenguaje, y creamos una melodía o una composición literaria que conecta directamente con nuestros corazones y nos logra estremecer. La música o la poesía, la pintura, la fotografía, la escultura, la arquitectura, el arte en general, a modo de jardines zen para atrapar en sus distintas expresiones la eternidad. Tal vez toda dimensión artística es el puente que hermana humanidad y divinidad, la manera de adornar con múltiples y brillantes  formas esta vida nuestra de cada día, tan necesitada a veces del canto de un pájaro que nos haga olvidar todo mientras suena, o de la equilibrada conjunción de colores y olores de un pequeño jardín por el que pasear sin más pretensión que la de disfrutarlo en silencio.