POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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ÁRBOLES DE MARTE

Miro unas fotos tomadas por el Orbitador de Reconocimiento de Marte de la NASA y siento un escalofrío: en ellas se ven unas lomas sobre la roja superficie y unos árboles y arbustos en un paisaje en el que parece haber huellas de antiguos caminos entre las dunas.

 

Según las explicaciones científicas, se trata simplemente de un efecto óptico. Parece ser que cuando llega la primavera marciana, el sol hace que el dióxido de carbono congelado que cubre la arena del planeta se evapore y dé lugar a una sustancia oscura que no es más que una acumulación de partículas de arena que provocan la ilusión óptica al desplazarse sobre la escarcha de las dunas, asemejándose a una especie de pinos.

 

Para los expertos no hay árboles ni lomas ni caminos. Pero viendo las imágenes es muy difícil no dejar volar la imaginación, tratando de buscar unas explicaciones menos químicas y que respondan de un modo más simple a nuestras incógnitas sobre la vida extraterrestre. No desconfío de los científicos de la Universidad de Arizona y seguramente será un efecto que distorsiona lo que creemos reconocer en nuestras pupilas.

 

Otra cosa es el efecto que estas fotografías provocan en mi mente. Porque de repente caigo en la cuenta de la cantidad de cosas que aunque las percibamos como reales, puede que simplemente sean como esos árboles de Marte, puro engaño, mera ilusión. Tal vez nuestra imaginación dé lugar, aun sin saberlo, a representaciones irreales que anidan y se acomodan en nuestros corazones creyéndolas tan reales como los sentimientos que provocan en nosotros.

 

Si eso fuera así, nuestros latidos, pulsiones y las más íntimas sensaciones pueden deberse solamente a un engaño de los sentidos, ser sencillamente el resultado de distorsiones sensitivas. Es algo difícil de asumir pero tan posible que verdaderamente puede llegar incluso a asustar. Aunque pensándolo bien, siempre se ha dicho por ejemplo que el amor es ciego, y no porque no vea, sino porque ve a su manera. Entonces empiezo a entenderlo mejor: el amor es un árbol de Marte, no hay duda.

 

A partir de ahí no es muy complicado ir analizando un buen montón de cuestiones que al final van a llevarnos no a un árbol, sino a todo un bosque marciano. Desde esta óptica, nunca mejor dicho, muchas de las decepciones que sufrimos a diario se transforman en simples “des- ilusiones”; es decir, en lo contrario de una ilusión. Pero entendiéndolo así, no hay que sufrir porque perdamos un árbol. Es mucho más elemental que todo eso: es sólo la evaporación de una ilusión, vista ésta como producto de una falsedad, como una apariencia y no más.

 

No será que no nos lo avisan bien los dichos, que no hay que fiarse porque las apariencias engañan. Es verdad que ya está casi todo inventado, pero no por eso es menos cierto que hasta que no vemos las cosas por nosotros mismos da exactamente igual lo que nadie nos pueda decir. ¡Y aunque la vida no sea finalmente más que un puro ilusionismo, que nos quiten la alegría de lo soñado e imaginado!