POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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INOCENCIA PERDIDA

Fue el mismo Jesucristo el que dijo “dejad que los niños se acerquen a mí”, pero ciertamente si levantara la cabeza se quedaría consternado ante el imparable escándalo que actualmente tiene como protagonistas a la Iglesia y a sus innumerables casos de pederastia.

   Pederastas, una manera gramaticalmente técnica de llamar a los violadores de niños y de niñas. Violar es un delito repugnante, como asquerosos sus autores, pero si además éstos son sacerdotes, los agravantes piden a gritos que se haga justicia. Y no precisamente justicia divina, que mientras llega el juicio final y la hora de llamar a las puertas del cielo, puede suceder que el número de víctimas de estos violadores sacerdotales se dispare a cifras insufribles.

   Tampoco me refiero a la justicia eclesiástica, que se limita a trasladar al violador a otra parroquia en donde no es conocido, con lo cual se le favorece la ejecución de sus crímenes. Para estos enfermos sexuales lo mejor es la justicia civil y penal, en condiciones de igualdad con cualquier delincuente, para que afronten las consecuencias de su deleznable conducta.

   Lo que ahora está saliendo a la luz es simplemente la punta de un maligno y gigantesco iceberg, un esbozo simbólico del sufrimiento y el dolor causados a millones de menores a lo largo de los siglos, por aquí, por allí y por más allá. Delitos criminales que no sólo se han cometido en la mayor impunidad, sino que han contado desde siempre con el encubrimiento general de quienes seguramente se habrán dicho “hoy por ti, mañana por mí y quien esté libre de culpa que tire la primera piedra”. Penoso. Para llorar.

   Lo que me parece asombroso es que haya quienes traten de disculpar a estos execrables pederastas recurriendo a la obligatoriedad del celibato, como si el voto de castidad te excusara para convertirte en un ser aborrecible. La represión nunca te puede eximir del pecado cometido por ella. Hay sacerdotes que pecan rompiendo su voto acostándose con prostitutas o con beatas tan reprimidas como ellos, pero lo hacen voluntariamente, sacerdotes, prostitutas y beatas, y habrá pecado, pero no delito.

   Cuando cada día salen nuevos casos de este tipo de desvergüenza, que si en Irlanda, que si en Alemania, que si en Canadá, que si en Austria, que si en España, que si en Italia…me da terror, pero no sólo por la magnitud de semejante tema, tan desagradable y triste, sino porque estoy plenamente convencida de que señalar países es algo meramente anecdótico, cuando por desgracia estamos ante algo en que se da la globalidad en todos sus términos.

   Y lo peor no es que salgan todas estas cosas a la luz, eso es lo mejor que puede pasar, pues será la manera de evitar que sigan ocurriendo. Lo más doloroso es que tras la fría estadística existen niños y niñas que han visto truncadas sus vidas y su inocencia. Menores que nunca volverán a ser felices, porque no están preparados para asumir que alguien como el cura abuse sexualmente de ellos. Es que, se mire como se mire, es muy fuerte. Demasiado impactante para que la frágil personalidad de un crío o de una cría no se quiebre para siempre. Dejando a un lado la espinosa cuestión de que las víctimas se conviertan en verdugos a su vez, reproduciendo con el tiempo en otros lo que con ellos hicieron, que ese es otro grave problema colateral.

   “Dejad que los niños se acerquen a mí”, sí, palabras de alguien tan esencial para la Iglesia como Jesús. Pero éste hablaba de disfrutar de la alegría de la infancia, no de robársela para siempre, que es algo muy distinto ciertamente. Espero que esta vez no haya perdón para ninguno de estos violadores, que paguen por su culpa y dejen de esconderse en el manto protector que la Iglesia siempre les procuró. Es lo menos que se les debe a los niños y a las niñas mancillados en su inocencia.