POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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GENTE SOLUBLE

Todos nos habremos tomado un café acompañado por un sobre de azúcar en el que se puede leer algún aforismo de autor famoso, una sentencia breve para reflexionar unos momentos, generalmente leyendo su contenido en voz alta para compartirlo con quien esté con nosotros a la hora de endulzar la amarga infusión estimulante. Pero ese momento de intercambio intelectual entre conocidos es tan soluble como el azúcar en el café, como la misma relación que nos une a quienes escuchan en voz alta un pensamiento brillante escogido para pensar acerca de él y lo que nos suscite su lectura.

 

Vivimos tiempos en que no se suele intercambiar algo más profundo que la mera superficialidad de quienes nos rodean. Las personas son solubles como el azúcar, pero con una diferencia: ni siquiera sirven para endulzarnos la vida, y se esfuman fácilmente sin siquiera dejar huella, ni el más mínimo poso. Pasan, como fantasmas, sin esencia, huecos, sin alma, tan poca cosa que no se le puede pedir peras al olmo. Lo que hay es lo que hay, nada se ha de esperar que vaya más allá de eso.

 

Sustancias solubles, como solubles las personas, las reflexiones y los conceptos. Que se disuelven en la nada, sin tener que morir porque ya parecen muertos. Sustancias insustanciales. Personas que sólo son animales de costumbres y no mentes creativas y pensantes. Reflexiones que sólo se utilizan para querer captar la atención de alguien que pueda satisfacer intereses personales. Si no hay interés, no hay pensamiento, porque es un esfuerzo casi sobrehumano en los tiempos que corren.

 

Conceptos que se diluyen sin más, porque se dirían puras mentiras. La amistad, soluble. El amor, soluble. La vida, soluble. Soluble la misma solubilidad. Qué pena de pensamientos brillantemente expresados para vestir la simple envoltura de un edulcorante, que llegará a un estómago que por suerte funciona con independencia del cerebro.

 

Hay mucha gente, por increíble que parezca, que sólo vegeta, sin necesidad de muerte cerebral. Tiene su cerebro en perfectas condiciones físicas, pero son personas que dan poco de sí, qué le vamos a hacer. Se ocupan de ocuparse, que más allá de la redundancia quiere decir que su máxima pretensión es no dejar momentos libres, silencios en su vegetar continuo, no vaya a ser que tengan que pensar, o sentir, o escuchar el eco insoportable de su carencia de entendimiento.

 

La solubilidad es meramente material, carece de espiritualidad, de ahí que como por arte de magia logra que todo lo tocado con su varita desaparezca para siempre. Zas, te roza y te diluyes, como una sombra al hacerse la luz. Mas hablar de espiritualidad son palabras mayores. Como pedirle a un caracol que venza en una crono contra el más rápido de los felinos.

 

Aunque no nos guste demasiado, no estaría de más tomarse a solas el café, por leer tranquilamente la propuesta literaria impresa en el papel que envuelve el azúcar. Igual podemos extraer de ella la suficiente energía vital como para hacer más llevadera la falta de personas insolubles, de esas que dejan su rastro en el pensamiento, cuando no escalan la altura que lleva a nuestros corazones.