POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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DE ESENCIAS Y APARIENCIAS

Nadie que se exprese puede ser neutro, aunque lo pretenda. No hace falta ser, por ejemplo, Sebastiao Salgado para hacer una fotografía comprometida socialmente. Siempre digo que desde que se mira por el objetivo de una cámara para captar una imagen, ya estás eligiendo qué decir. Y esto se puede hacer extensivo a cualquier tipo de expresión. Nada tenían que ver Degas o Van Gogh, y sin embargo ambos querían decir algo con su pintura. Otro ejemplo, el concepto del “superhombre” de Nietzsche no era neutro y aunque era ajeno al posterior nazismo, tampoco es extraño el uso que éste hizo de tal término. Hay que ser muy cuidadoso con las expresiones, por las interpretaciones que de ellas se pueden hacer.

 

Una cosa es la esencia y otra la apariencia, pero a veces importa ésta más que aquélla. Y queda a la inteligencia el control de la primera para evitar la manipulación de la segunda. Claro que una cosa es conocerlo y otra muy distinta saber aplicarlo. En este juego se puede ir una vida entera y nunca se llega a aprender del todo. Como nunca se alcanza a adivinar la capacidad de inquina de determinadas personas. Hay petardos, por seguir con los  ejemplos, a quienes les ceba la ponzoña. Pertenecen a esa clase de personas que, con independencia de las apariencias, poseen una esencia envenenada y envenenan hasta el aire que respiran.

 

El poder de la expresión, decimos, y hay palabras como besos, como hay palabras como espadas. Hay gritos y susurros. No es extraño preferir el animal que profiere toda clase de ruidos antes de atacar, o en el mismo ataque, que al sibilino que se arrastra silencioso como una víbora y que antes de darte la oportunidad de escapar ya te ha atrapado en sus fauces. Mejor el torrente que avisa que quien parece no enturbiar el agua. Porque entre el perfume de las rosas y la peste del estiércol hay todo un mundo de matices.

 

Por otra parte, hay florecillas silvestres que aisladamente son insignificantes pero que cuando se agrupan y colorean todo un bancal desprenden una belleza inigualable. Piénsese en las amapolas, que una no llega a ser inolvidable, mas cuando infestan todo un sembrado y lo cubren de un rojo impresionante embriagan los sentidos. Y como ellas, los dientes de león, o las margaritas, o las vinagretas, o las campanillas, o las peonías,  o las nevadillas, o las collejas, o las achicorias…y tantas y tantas otras que de una en una casi pasan desapercibidas, pero qué maravilla cuando tiñen de amarillo, o de blanco, o de rosa o de otros muchos colores los campos. Esencia y apariencia. Como existen arbustos tales como la lila, que antes de florecer no te dicen mucho, pero que cuando lo hacen se convierten en protagonistas de todo jardín que se precie, no sólo por la belleza de sus flores,  sino también por el maravilloso olor que desprenden.

 

Así, la naturaleza misma es un ejemplo de que a veces la misma apariencia es preferible a la verdadera esencia. Y como cada quien es libre, o al menos gusta de sentir que lo es, puede elegir y nada hay de negativo o de positivo en optar por cualquiera de ellas. Aunque no estará nunca de más saber diferenciarlas y conocer cuándo estamos ante una u otra. No vayamos a comprar el bancal por unas plantas cuyo mayor valor se halla en la efímera  belleza de su etapa de floración.