POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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DEPRISA, DEPRISA

 

Malos tiempos para la lírica, como dice la canción, pero también para la épica e incluso para lo dramático. No está la vida para mucha literatura. La gente sigue leyendo lo que otra gente escribe. Pero con las prisas tampoco hay mucho tiempo para la lectura o la escritura. Si exceptuamos a los profesionales, las expresiones llevan la velocidad en su ritmo. Cuando hablas has de meter la quinta, o antes de haber esbozado la idea ya estarán los oyentes en otra historia. Y esto  no es aplicable solamente a lo literario o a las comunicaciones: comemos, dormimos, andamos, trabajamos, pensamos, vivimos con prisas.

 

Puestos a no detenernos y reflexionar tranquilamente sobre las diferentes cosas y los temas acerca de ellas, hay quien postula que las ideologías ya no tienen razón de ser. Que da igual ser de izquierdas o de derechas. Que  las religiones son todas semejantes. Que las numerosas doctrinas y filosofías pueden resumirse unívocamente (así será mucho más fácil y rápido asimilarlas). Además, quien piensa así no tiene tiempo para escuchar razonamientos que defiendan posturas contrarias. Parece que el reloj nos condujera irremediablemente hacia el pensamiento único.

 

Pero sintiéndolo mucho me voy a negar a todo eso y a mucho más. Ya se pasó el momento de las alienaciones personales. Me niego completamente a que me quieran asimilar y uniformar. Ni entre creencias, ni dentro mismo de una creencia. En la diversidad está la riqueza. No tenemos por qué estar de acuerdo en todo, ni en nada. Podemos tener objetivos comunes, que nos harán unificar esfuerzos y poner en común estrategias para realizar proyectos. Pero de ahí a comulgar con ruedas de molino…

 

Las ideologías están totalmente vigentes. Quien es de izquierdas jamás dirá que es lo mismo que ser de derechas, y los de derechas lo suelen decir para quién sabe qué, que mejor que lo expliquen ellos mismos. Las filosofías pueden tener puntos en común, pero cada una de ellas divergen en lo que las define, más allá de esas convergencias. Y en cuanto a la religión, qué tenemos que ver los cristianos con los musulmanes, me pregunto, o los budistas con los judíos.

 

Puede que sea más sencillo resumir, compendiar, abreviar que se dice, especialmente si el que escucha no tiene muchas ganas de hacerlo. Pero a veces es necesario explicarse largo y tendido, sin ganas de que te vayan azuzando. No por pesadez, sino simplemente porque la materia tratada lo requiere. En ocasiones no es tan sencillo terminar sin dejar algo inacabado. Aunque a este mundo con prisas le pueda parecer mentira.

 

Veamos un ejemplo. Han empezado a leer este artículo y, si no lo pillaron en el mismo título, van leyendo atropelladamente de párrafo en párrafo para ver de qué trata y si les interesa. Por seguir o dejarlo de inmediato y a otra cosa mariposa. Pero ¿qué ocurre si no hay tema ninguno, si simplemente estoy escribiendo para hacerles detenerse un momento mientras medito sobre lo absurdo que es dejarse llevar por el empuje invisible de un atropello que ni responde ni conduce a nada?

 

Quien a estas alturas aún siga ahí al otro lado será porque no necesita de una excusa ni de un motivo para leer, porque se ha tomado los no más de cinco minutos que requiere la lectura sosegada de un texto como éste que busca más la complicidad del lector que explicar una noticia de actualidad a través del prisma personal al que llamamos opinión.

 

Tal vez más que opinar estoy ejerciendo la opción de detener el tiempo un momento, o de dilatarme mientras trato de expresar una idea que requiere un poco de atención. Vamos siempre tan deprisa que casi olvidamos que para salir de esa dinámica estresante basta con algo tan simple como dejar de correr. Nada malo nos pasará. Nadie nos arreará como a los animales de carga. Somos mucho más libres de lo que nos empeñamos en dejar de serlo. Es cuestión de aminorar el paso y de hablar y de escuchar despacio. Hagan la prueba y lo comprobarán. Corremos demasiado para no llegar a ninguna parte.