POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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SARAMAGO


El hombre más sabio que conoció José Saramago era analfabeto, de quien él escribió “(…) ése fue mi abuelo Jerónimo, pastor y contador de historias, que, al presentir que la muerte venía a buscarlo, se despidió de los árboles de su huerto uno por uno, abrazándolos y llorando porque sabía que no los volvería a ver. (…)”. Y Saramago ya no está, se nos ha muerto, seguramente después de haberse despedido de sus árboles, del mar, de las estrellas, las mismas que brillaban en lo alto cuando abuelo y nieto dormían bajo la higuera, mientras Jerónimo lo mantenía despierto con el “incasable rumor de memorias” que después acunaba su sueño.

 

A veces la gente no sabe lo que tiene hasta que deja de tenerlo, pero se ha ido uno de los grandes, de esas personas que mejoran la humanidad. Saramago ha sido una gran persona, excelente escritor y un hombre auténtico y comprometido, rebelde y valiente hasta el final de sus días mortales. A partir de ahora nos queda la inmortalidad de su creación, la eternidad de sus palabras. Escribía muy bien, pero sobre todo pensaba, y es mucho más difícil enhebrar ideas que enlazar palabras. Él poseía la cultura de unos estudios y de un talento excepcional para crear, pero además atesoraba la sabiduría que su abuelo materno le transmitió y la que él fue capaz de percibir y recibir para regalárnosla generosamente hasta el final de su vida.

 

Hay personas que se creen importantes. Él lo era. Aunque en ocasiones no se da la circunstancia, Saramago tuvo la suerte de ser reconocido sin tener que morirse para ello. Triunfador hasta en el amor, sus llaves eran de las que abrían puertas, pero si alguna se le resistía tuvo la fuerza y el coraje para derribarla a patadas y dedicarse a vivir, siendo un ejemplo no sólo para los que no saben disfrutar de la vida, sino muy especialmente para los que sí saben. Creador e idealista, además de ideólogo, supo reconocer los sueños y hacerlos reales. Y si eran inalcanzables, los atrapó con su imaginación para darle un sentido al soñar.

 

Portugués universal, las circunstancias personales le trajeron a España, a la que amaba, y gracias a su mujer, natural de Castril, impregnó con su estilo y personalidad un lugar tan hermoso. Me gusta acercarme por allí para leer sus palabras, las que invariablemente me emocionan y hacen que cada vez que me adentro por la pasarela sobre el río haya llorado previamente de emoción con un fragmento de su literatura, que compite con la fuerza de las aguas en uno de los rincones más bellos de nuestra geografía.

 

Hijo predilecto de Castril. Hijo predilecto de Andalucía. Premio Nóbel. Defensor de cada una de las muchas causas en las que creía. Escritor y pensador. Creador y criatura él mismo, maestro y aprendiz, ejerciendo de un modo magistral su aprendizaje de vida sin sucumbir ante las dificultades. No le asustaba morir y pensaba que los humanos ocasionábamos más muerte que la misma muerte, que para él se traducía en que estabas y de repente dejabas de estar. Ya no está, se nos ido, y lo cierto es que ya le estoy echando de menos.