POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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LA VENDA DE LOS OJOS


A veces, en ese difícil trayecto que todos hemos de ir recorriendo paso a paso, día a día, vivencia a vivencia, tenemos la mala suerte de toparnos con algo que aunque a primera vista nos parece positivo a la larga nos resulta nocivo, que es mucho más grave que decir simplemente negativo. Dependiendo de la experiencia vital previa seremos capaces no ya de evitarlo, sino de reconocer que nos hace daño. Y una vez que consigamos eso tan importante, aún falta todavía que logremos dejarlo atrás.

Por desgracia puede ocurrir que nos veamos presos en un círculo vicioso del que no sabemos escapar. Tal vez desde fuera parezca sencillo y se haga incomprensible ese empecinamiento en querer que algo que nos está matando nos dé la vida. Cuanto más cerca y menos distancia, mayor ceguera. Y ya dicen los mayores, que suelen saber más que nadie, que no hay peor ciego que el que no quiere ver.

Paradójicamente son las más insignificantes chispas las que encienden las mayores hogueras, y el fuego da una luz más intensa cuanto más profunda sea la oscuridad. Y cuando ves, se te cae la venda para siempre. Se desmoronan todas las mentiras cuando la verdad se descubre en toda su extensión. Porque dicen que las mentiras tienen las patas muy cortas, pero la verdad es tan incuestionable que nada ni nadie puede hacerle frente ni frenar su identidad.

Y es que la verdad es como nieve, que empieza a rodar con su esencia pequeñita y casi frágil, y poco a poco va adquiriendo una apariencia y una fuerza que puede tornarse avasalladora si tratas de pararla. Ya ven qué curioso, un chispazo, imprevisible e inesperado, enciende un fuego y éste activa una bola de nieve que gira y gira imparable y no sabes cómo ni cuándo podrás saber que ha surtido todo su efecto.

Se cae la venda y no entiendes cómo no veías lo que de pronto es cristalino y transparente. Lo difícil es que esa venda caiga, pero una vez que ocurre ya nunca vuelve a cegarte, ni por asomo. Canta Serrat una canción que siempre me ha parecido triste, con esa tristeza que tiene la incertidumbre y la duda, pero que desaparece ante la certeza, y en ella dice una frase que hoy escucho con oídos nuevos, porque es como si fuera la primera vez que la repito comprendiéndola en todo su significado: “nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”.

Si es así, que hoy sé y siento que lo es, lo cierto es irremediable. Por ello, nada mejor que aceptarlo. Pero no con dificultad ni con pesar. Hay que abrazarse a lo verdadero aunque pueda abrasar. Sorprendentemente, la nieve, como el fuego, quema. Aunque eso es preferible a padecer estancado en aguas muertas. Por más que la luz dañe las pupilas de los ojos que han estado tapados, poco a poco se irán adaptando a ella, y nada más terrible que vivir en una permanente oscuridad. ¡Bienvenida, pues, la luz, y al fuego todas las vendas!