POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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EL LENGUAJE DEL CORAZÓN


Hace meses, en una de esas oportunidades especiales que te depara trabajar como política, tuve ocasión de acompañar a Manuel Pimentel en la presentación en nuestra ciudad de su última novela, “El arquitecto de Tombuctú”, una obra exquisita escrita por alguien a quien se le nota que se deleita con la palabra y que, por ello mismo, nos transmite sin esfuerzo el placer de la lectura, de la literatura. Me gustó compartir mesa con alguien que me sorprendió con una delicada capacidad psicológica de ver más allá de la mera apariencia, y que destilaba talento e inteligencia a raudales.

Esta mañana, a la hora de encender el ordenador y leer la prensa virtual, algo que sin apenas darme cuenta ha sustituido al habitual paseo de antes para comprar el periódico, me he encontrado ante un artículo de Pimentel con un título tan atractivo e invitador como “Decálogo del caminante”. Habla en él sobre sus reflexiones previas a su intervención en el I Congreso Internacional de la Felicidad, preguntándose acerca de qué es ser feliz y qué logra que al menos uno sienta que lo es.

Tras llegar a la conclusión de que “Al igual que no es lo mismo un viajero que un turista, también existe una sabiduría del caminante, que lo distingue del triste deambular zombi de una parte importante de la población”, decide, “en un alarde de osadía”, resumir esa sabiduría a través de un decálogo que a modo de mandamientos puede servir de pautas a la hora de adentrarse en el más complicado y maravilloso de los caminos: el de la propia vida.

En ese decálogo habla de sueños, de ideales, de metas, de las relaciones con los demás (“No caminas solo. Tu felicidad también se encuentra en la de los demás. Lo que das, recibes.”), de coherencia vital, de elecciones… Dice cosas bellísimas, como que “Los viejos caminantes saben que para llegar lejos deben marchar paso a paso, mirando al suelo para no tropezar, pero elevando la mirada a las estrellas para marcar el rumbo a seguir.”

Leyendo sus palabras pienso en lo distintos que son entre sí los lenguajes de las diferentes personas. He llegado ante este texto de Pimentel y me he enamorado de su mensaje, tan lleno de sabiduría y de experiencia de vida. Y sin embargo, cuántas otras personas pasarán por encima sin prestarle la más mínima atención, porque sencillamente no les dice absolutamente nada. Tan seguro como a mí me pasarán desapercibidas palabras que son maravillosas y esenciales para otra gente. Es esa sensación que a veces se tiene hablando con alguien de que no es posible el entendimiento cuando se hablan idiomas distintos, aunque se sea de la misma nacionalidad, que no toda la extranjería responde a orígenes diferentes. ¡Cuántas veces nos sentimos extranjeros entre nuestra propia gente!

Por eso es importante tener muy claro quiénes somos y qué queremos, hacia dónde vamos persiguiendo qué sueños. Sólo así seremos capaces de identificar a las personas que comparten los mismos senderos en el variopinto y complejo camino de la vida. Esas con las que siempre tendrás la oportunidad de conversar porque hablan el mismo lenguaje que tú, que no es otro que el del corazón. Con el convencimiento de que si no te cruzas con ellas, siempre será mejor el silencio que la monótona e insufrible palabrería de un idioma incomprensible. Preferible estar callado que pronunciar palabras vacías.