POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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DE LA VIDA Y LA MUERTE


Siempre que la muerte dicta sentencia provoca en los vivos un escalofrío, más frío cuanto más inesperada sea su acción. Solemos entonces decir que la vida es muy dura, pero realmente es la muerte la que es muy perra. La vida, antagónica, es precisamente la negación de la muerte. Ambas no pueden coexistir, aunque hay personas que viven tan mal, malviven, que podríamos pensar que están muertas.

La muerte es un zarpazo y siempre duele a quien la experimenta y es el vivo que llora al muerto. Por supuesto que la peor parte se la lleva quien pierde la vida, aunque una vez muerto ya ni se siente ni se padece. Algo muy distinto a quien le sobrevive, que tarda mucho tiempo en hallar consuelo, y tal vez nunca lo encuentre verdaderamente.

El duelo no sólo es lógico, sino que sobre todo es necesario. No se le puede decir a quien se le muere algún ser querido que no llore. Cómo no va a llorar, si le falta el aire para respirar. Nunca se escuchan más suspiros que en un velatorio o en un entierro. Así que hay que vivir el duelo, en silencio, con las personas más cercanas, en familia. Es tiempo de huir de roces y de compartir el espacio común, que es, sencillamente, el amor al ser desaparecido.

Hay muertes naturales, como las que viven los hijos de sus padres, y antinaturales, como cuando ocurre al revés y es el padre y la madre quienes entierran a los hijos. Muertes esperadas que alivian, caso de las que ocurren tras penosas enfermedades, y fallecimientos mucho más crueles que ocurren de un modo fulminante y sin avisar. Cuando alguien se nos muere, siempre, aunque especialmente de un modo antinatural, nos solemos acordar de los desencuentros, y nos sentimos fatal. Pero hay que agarrarse precisamente a los momentos más bellos compartidos, porque quien se va sólo queda en nuestros corazones a través del recuerdo, y son muchos más los días bellos a evocar que los demás.

Personalmente, cuando la muerte roza mi vida de una u otra manera, lo que siempre pienso es en las cosas que quedan por vivir, en las personas que me rodean que son importantes y con las que por un motivo u otro no estoy disfrutando de nuestro tiempo común. Cuando alguien muere se va para siempre. Lo que dejamos por vivir será algo incompleto eternamente. Eso, en cuanto a las cosas que se comparten. Y con respecto a la vida individual, esa que no depende de nadie para ser vivida, excepto de nosotros mismos, lo que está muy claro es lo que siempre se nos ha dicho de que hay que vivir cada día como si fuera el último. Hay que comerse la vida a bocados, apasionadamente. Aunque a veces se nos olvida y desperdiciamos tanta vida que ya la quisiera para sí quien tiene muchas ganas de vivir y sufre una enfermedad incurable.

Puesto que todos y todas hemos de morir, vivamos. Coherentemente y de acuerdo con nuestros deseos, pensamientos y sentimientos. No dejemos nunca para el futuro nuestros planes. El futuro, como el pasado, no existe. Sólo se vive el momento presente. Sólo se vive la vida, no los proyectos vitales. Vivamos, que la vida es muy corta y sólo se vive una vez. Que no se nos vaya en dejarlo todo para mañana o en quedarnos prisioneros en la cárcel de un ayer más bello.