POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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FLOR DE INVIERNO


Si pudiera pedir algo para Baza y la altiplanicie, que no tiene y me falta, sería que anidaran en estas tierras las cigüeñas. Por san Blas las cigüeñas verás, se dice, y cuando he vivido en donde están he comprobado que es verdad. En febrero empiezas a verlas allí en lo alto de los campanarios o de las abandonadas chimeneas de antiguas fábricas que vivieron mejores tiempos. Llega el macho al nido que dejó el año anterior, cuando a finales de julio buscó otras tierras, y pronto el sonido de su pico entrechocando con el de su compañera llena el aire. Estas aves me encantan, aparte de que dan suerte. Cuando vean alguna volar pidan un deseo y verán cómo se les cumple, siempre y cuando estén convencidos de que así será, claro.

Nada más que por eso el invierno sería una maravillosa estación, pero es que si le añadimos la belleza de la naturaleza en esta época, ya no podría comparársele ninguna otra. Cuando miras las montañas nevadas, con ese blanco inmaculado que se transforma en espejo para un sol presumido; cuando los árboles florecen coincidiendo con el tránsito de un año a otro; cuando el verde y la humedad se abrazan, enamorados, a la tierra y la adornan de limpio color con el que abrigar el frío propio de este tiempo…no creo que sea fácil igualar tanta emoción.

Pero es que además es a mitad del invierno cuando ya empiezas a oler la primavera, otra preciosa estación. La verdad es que ni un solo mes del año carece de encanto, aunque hoy le toca a febrero y todo el protagonismo le pertenece, siquiera en este artículo. Caminar imparablemente siguiendo el curso que marca el calendario es una aventura fascinante, no sé si coincidirán conmigo. Es algo inigualable sentirse viva y ver cómo el tiempo nos lleva montados a su lomo, invencibles asidos a sus crines, sin bridas, bebiendo a sorbitos cada instante, jugando a sentirnos libres…al menos mientras nos llegue la muerte y el destino trace en nuestra trayectoria lo que tiene escrito para cada uno de nosotros.

Es tan hermosa la vida que es pecado lamentarse. Hay paisajes insospechados, música que te estremece, poemas cuyos versos acarician todos tus sentidos, hay personas que son grandes y te engrandecen, como amigos que tienden ante ti escaleras para estar muy por encima de la gente pequeña que te empequeñece si te quedas a su vera. Hay amor que inventa besos para la boca y miradas para los ojos, que recrea caricias que son tan inolvidables como una flor de invierno.

Aunque por aquí no haya cigüeñas a las que admirar al pasar sobrevolando nuestros tejados y no se escuche el crotorar a lo largo del día ni veamos a las crías dar saltitos empezando a querer volar y fortaleciendo sus alas para cuando llegue el momento, febrero nos trae el presagio de días más largos y noches más cortas, esbozando para nosotros una primavera anunciada.

No sean remolones y sacúdanse la pereza invernal de encima, que la naturaleza está preciosa. Cómo dejar de admirar esos almendros floridos que alegran los campos y adornan los caminos haciendo que cada paseo sea una experiencia sin par, mientras nos empapa su fría belleza hasta sentir que nos falta cuerpo para contenerla. Salgan de las casas y sueñen por un momento que las cigüeñas han regresado. A veces nada es tan hermoso como lo imaginado, y soñar despiertos es mucho mejor que hacerlo dormidos, no les quepa la menor duda.