POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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DE LA AMISTAD (1)


Llega el buen tiempo y apetece salir y disfrutar de la naturaleza en plena eclosión de belleza. Ésta es como la lava de un volcán inmenso, lo envuelve todo y nada puede escapar a su influjo. En soledad se disfruta de este banquete para los sentidos pero hay algo aún mejor, salir con amigos. La amistad rima bien con cualquier día del año, pero si es primavera se mezcla con el resto de elementos de bienestar y parece que brilla más. ¿Qué es ser amigo-hombre y mujer comprendidos en el concepto-; qué tener un amigo? La verdad es que en la infancia, en la adolescencia, en la madurez, en cada fase de nuestra vida el término amistad se va llenando de contenidos muy distintos.

La primera vez que dices de alguien que es tu amigo o amiga suele ser en respuesta a los demás: “¿Tienes muchos amiguitos en la escuela?” y mientras tú piensas un poco, antes de responder ya lo hace tu madre o tu padre por ti. Y al escucharles te dices, ah claro, fulanito o fulanita de tal son mis amigos. Nada importante, al menos para nosotros, no sabemos si para nuestros padres. Hasta donde llego a evocar, en la primera infancia nadie ajeno a tu familia te deja huella. No recuerdo ni un solo nombre de alguien a quien entonces llamara mi amigo.

La pubertad es muy diferente en este aspecto, porque la edad del pavo es muy de compartir con alguien todo, incluido el pavo. En esos días es importante que las amistades coincidan en edad, para ir descubriendo la vida al unísono, porque hay tantos cambios, especialmente fisiológicos, que no tiene mucha gracia que los hermanos mayores o sus colegas te rompan el hechizo de ir descubriendo la magia de semejante metamorfosis. En tal etapa, los amigos y la pandilla son esenciales para recrear en vivo la noción de grupo, necesaria para marcar distancias con el omnívoro entramado teórico-práctico al que llamamos familia, y especialmente válida para apoyarte cuando los mitos de la niñez empiezan a resquebrajarse. Nada mejor que refugiarte en la amistad cuando descubres que tu madre y tu padre no son los más guapos y fuertes, por bellos y poderosos que sean. De esa época me vienen recuerdos de bastantes personas importantes, que entonces eran imprescindibles e insustituibles.

Luego la vida te obliga a vivirla como protagonista, con lo a gusto que se estaba como actor de reparto al abrigo de la familia, y hacerlo te lleva de un lado para otro y de grupo en grupo. Si logras conservar a alguien de quienes te parecían únicos y para siempre, seguramente te puedes sentir afortunado, porque cada quien es tan diferente y la vida de cada cual tan diversa y distinta, que los meros cambios químicos o los juramentos de sangre no son lazos de perduración fiable. Cuando estás haciéndote hombre y mujer, pero no física y/o químicamente hablando, sino a nivel de conducta, comportamientos, valores, actitudes, determinaciones, principios, creencias, ideologías, gustos y apetencias más o menos definitivos, miras a uno y a otro lado y es muy raro que siga junto a ti el mejor amigo o la amiga preferida  de tu pandilla. Crecer desde la adolescencia a la madurez es como montarte en una máquina del tiempo: hay algunas coordenadas que se mantienen invariables, pero el resto es una pura y absoluta transformación, un vertiginoso cambio de paisajes de todo tipo, los humanos incluidos.

Cuando tú sientes que ya eres más tú que nunca, que quien piensa y te habla interiormente está preparado para guiarte el resto de tu existencia, la amistad es un tema que poco o nada tiene que ver con lo que te enseñaron en la escuela y en tu casa. Porque es la vida la que finalmente le da su impronta más o menos continua. Pero eso es otro cantar, y lo vamos a dejar, si os parece, para la próxima semana.