POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
Para remitir sus comentarios, clique AQUÍ

LA VIDENCIA DEL CORAZÓN


He aprovechado estos días de descanso para releer “El Principito”, de Antoine de Saint-Exupéry, un libro bellísimo que, aunque él se lo dedicó al niño que fue un amigo suyo ya mayor, no es para niños ni para adolescentes, porque hasta que no eres adulto no entiendes bien del todo al escritor de Lyon. Y lo comprendes mejor si aún conservas algo del niño que fuiste. Quien lo haya leído tal vez recuerde que cuando el Principito cayó a la Tierra desde su planeta se encontró, entre otros, con un zorro que le pidió que lo domesticara y que al despedirse le dio su secreto:”No se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos”…Hay muchos pasajes maravillosos en este librito con ilustraciones de su autor, aunque estas dos frases resumen a la perfección su espíritu. Ver bien con el corazón, porque lo esencial es invisible a los ojos… A Arthur Rimbaud le hubiera encantado este transgresor trasvase de los sentidos, él que hablaba de que el poeta debe hacerse vidente a través de un largo, inmenso y racional desarreglo de los sentidos… Él, Rimbaud, poeta entre los poetas y todo un principito de la poesía y de la palabra.

Ver con el corazón o con los ojos. Penetrar en la esencia o quedarse en la superficie. No es lo mismo. Como tampoco es igual nadar que bucear, deslizarse sobre la piel azul del mar o perderse en sus profundidades. Tan ilógico es esperar que alguien que sea superficial quiera ir más allá, como sorprenderse de que quien no  lo sea se niegue a quedarse más acá. Ver con los ojos es acomodarse al lenguaje de los sentidos, y para ello no es preciso superar la simplicidad de los organismos más básicos. ¡Si hasta el caracol saca los cuernos buscando el sol! Pero la videncia del corazón es un privilegio reservado para quienes tienen la suerte de reconocerla. Los cerdos se comen las flores, y las abejas liban su polen y crean con él la miel. No es lo mismo.

El Principito antes de volver al cielo quiso regalarle su risa al aviador que se había visto atrapado en el desierto al romperse el motor de su avión. Como él iba a habitar en una estrella, en la que iba también a reírse, le regalaba la posibilidad de que al mirar el cielo por la noche tuviera estrellas que ríen como cascabeles: ”¡Tú tendrás estrellas que saben reír!(…) Será como si te hubiera dado en lugar de estrellas… un montón de cascabelitos que saben reír…”- le dijo al aviador el Principito, lamentando que por su culpa le tomarían por loco, al sorprenderse sus amigos de verle reír al mirar el cielo.

Sin embargo, cuando adoras mirar las estrellas por puro placer, cuando aprendes a mirar con el corazón, ya no te importa lo que puedan pensar quienes se llaman amigos tuyos, y menos aún los que se comportan como tus enemigos. Si te ríes al contemplar el nocturno cielo estrellado, si buscas caracolas en el fondo de los océanos, si puedes penetrar en los misterios de este planeta, seguramente tengas un amigo en algún rincón del Universo que se esté riendo contigo por compartir tu dicha. Le reconocerás mirándole con el corazón y le verás aunque cierres los ojos, porque aunque los mantuvieras abiertos él sería invisible. Sólo a través de la videncia del corazón harás visible su amistad. No dudes un instante en intentarlo, pues en caso contrario nunca lo conseguirás.