POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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ME GUSTA TU ESTILO


Hay personas a las que les gusta hablar de clases sociales, estableciendo una serie de niveles en función del poder adquisitivo de cada quien. Nunca me ha gustado ese concepto de clase, que separa y escalona a la gente, creando diversas categorías. Como mero indicador económico podría aceptarlo, pero hay todo un sustrato de actitudes en la base del término clase, que está matizado por un afán de marcar distancias que me parece tan fatuo como innecesario.

Prefiero hablar de estilo antes que de clase. Sin connotaciones ligadas a la economía, el estilo se refiere al conjunto de rasgos distintivos que otorgan una personalidad concreta y definida, se refiera a los movimientos artísticos, a las tendencias o a los seres humanos. Las características que hacen que algo o alguien sea reconocible frente al resto. Al igual que si hablamos de clase, al nombrar el estilo ponemos el acento en la diferencia. Pero en este caso la diversidad no separa, sino que integra.

Decimos que un artista tiene un estilo personal cuando somos capaces de reconocer su obra entre todas las demás. Pero eso no lo eleva con respecto a otros artistas con sus propios estilos. Ser distintos crea la riqueza de las diferentes formas de expresión, mas sin que ello nos lleve a hablar de superioridad o inferioridad. Gana quien sabe acercarse a las diferentes propuestas artísticas sin prejuicios y sin hacerlas incompatibles. Las mismas cosas pueden resultar antagónicas según se hagan o no con estilo. Y una persona tiene estilo con total independencia de su clase social.  Así que podremos hablar de clase alta, media o baja, con más o menos dinero en su haber; pero no de más o menos estilo, porque éste se tiene o no se tiene, no va aparejado a una gradación.

Otro aspecto del estilo es su innegable ambivalencia, muy difícil de evitar. Porque todo aquello que conforma que digamos de alguien que tiene personalidad, es lo que provoca que ese alguien sea una persona atractiva para algunos, pero al mismo tiempo suscita el rechazo en otros. De tal manera que alguien con estilo no suele dejar indiferente a nadie, o gusta o no gusta. Como también suele ocurrir que las afinidades o desencuentros se deban la mayoría de las veces a los distintos estilos de las personas al relacionarse. ¿Son estas diferentes maneras de cada cual polos que se atraen o se repelen entre sí?

Está claro que si decimos “me gusta tu estilo”, estamos reconociéndolo previamente, y después hacemos un juicio de valor positivo o negativo, directamente influenciado por nuestro estilo propio. Porque por lo general alguien que a ti no te gusta nada, les encanta a otros. Luego, la variedad de estilos considerados individualmente poco nos dice si no damos un paso más y lo integramos en una red de relaciones sociales. De ahí que me parezca un concepto, el del estilo, antes integrador que causante de divergencias.

Vamos a dejar a un lado el juego de vanidades ligado a la clase social y no olvidemos que nacemos desnudos y con toda una vida por delante para vivirla a nuestra manera. Porque eso es lo que hace que tengamos una personalidad y un estilo reconocibles entre otros, el que seamos nosotros mismos, libres para expresarnos y recordando siempre que simplemente por serlo desagradaremos a unos, pero gustaremos a otros; no está en nuestra mano controlar eso. Aunque lo más importante es no olvidar que, por encima de todo, es a nosotros mismos a quienes tenemos que gustar.