POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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EL SALARIO EMOCIONAL


Habrán escuchado alguna vez hablar del nuevo concepto de moda en el ámbito laboral: el salario emocional, ese que nada tiene que ver con ganar más o menos dinero sino con cuidar al trabajador logrando que se sienta bien y no desee cambiar de trabajo. Aunque bien es cierto que con semejante crisis económica, a los 5 millones de parados que hay en España seguramente la índole del salario poco les importará, sintiendo con desespero cómo su situación personal se degrada imparablemente a falta de una remuneración profesional que les depare tranquilidad para poder vivir y mantener a cubierto sus necesidades. Es como hablar de dietas cuidadas y sanas con un hambriento, porque éste quiere comer; lo de comer bien le queda muy lejano en su orden de prioridades. Y sin embargo, es importantísima la salud en la alimentación, más allá de que el peor perjuicio en el comer es precisamente no tener comida que llevarte a la boca.

Así que dejando al margen que lo esencial es tener un trabajo, una vez que tienes uno, lo del salario emocional no es ninguna nadería. Éste no es sólo ese buen ambiente en los puestos de trabajo, siempre tan valorado en todos los tiempos. Porque está muy bien trabajar con gente con la que te lleves bien, en unas condiciones ambientales cuidadas que te eviten los riesgos laborales y te proporcionen luz natural, ausencia de ruidos, un espacio amplio en el que moverte sin más agobios que los propios de las características de cada profesión, por citar algunos factores valorados por los trabajadores.

Se trata de ir más allá para atender directamente el bienestar personal de los empleados. Cuando la alegría de tener trabajo se disipa, queda por delante el reto de empresas y jefes de conseguir que el trabajador esté contento. No precisamente porque suenen pasodobles y aires de fiesta, sino porque dicho trabajador se encuentre motivado y cuidado, valorado en su justa medida, con unas fluidas relaciones interpersonales con los compañeros. Creo que podría resumirse en transmitir al empleado el sentimiento de que es importante y único, de que lo que le ocurra en su trabajo es digno de ser atendido en caso de tener que acabar con obstáculos y lograr que cuando se vaya a casa no se lleve con él sus frustraciones y agobios.

Ser subordinado no es fácil, aunque mucho más difícil es ser jefe; porque para lo primero sirven muchos, pero para mandar hay que saber mandar, y eso no se aprende. Cuando se motiva el cumplimiento, éste provoca mucho más bienestar que cuando se impone sin más. Claro que es difícil atender al aspecto emocional, cuando hay personas con tal atraso en el tema que todo lo que atañe al mundo subjetivo de los sentimientos y las emociones les provoca rechazo y hasta lo ven como un cuestionar su posición de mando y su autoridad. No obstante, ésta no se consigue a base de voces, puñetazos en la mesa o recordar que si no interesa, puerta. Un jefe consigue que su posición de superioridad jerárquica se interiorice si se gana el respeto de sus subordinados. Lo contrario lo convierte en un déspota, por abusar de su poder olvidando que éste pasa y que por encima de cargos, puestos, categorías y demás elementos separadores, están las personas con sus mundos interiores.

Así pues, las emociones son tan esenciales que se convierten en las coordenadas de las que se sirve el ser humano para posicionarse con respecto a su entorno y desde las que se dirige en una u otra dirección. De manera que quien quiera ser un buen jefe y considerado como tal por sus trabajadores, que empiece por aprender de qué va eso del salario emocional.