POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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ORGULLOSAMENTE


Se programan estos días en la capital de España una serie de actividades y festejos con motivo del Día Internacional del Orgullo Gay; eventos todos ellos que más allá de su lado lúdico, se organizan para seguir luchando por la tolerancia y la igualdad de derechos para con homosexuales, bisexuales y transexuales. Una lucha absolutamente vigente, por necesaria, en una sociedad con una innegable presencia de patrones homófobos que discriminan a este colectivo sólo por tener una orientación sexual diferente a la general.

Evidentemente, de entrada no tendría mucho sentido reivindicar una sexualidad por distinta, pero desde el momento en que una persona se ve discriminada y con menos derechos sólo por tenerla, no tiene nada de raro que dicha sexualidad se reafirme orgullosamente como protagonista. El rechazo y el odio hacia los que no son heterosexuales no van a lograr que ellos se avergüencen; al contrario, se van a seguir sintiendo tan dignos como cualquiera, de ahí que se expresen con orgullo y en voz alta.

Bueno, lo de la voz alta puede llegar a ser un decir más que otra cosa después de que este año las autoridades municipales hayan exigido el uso de auriculares para la música, con el fin de que ésta no moleste a los vecinos del barrio de Chueca que no participan de la fiesta gay. Muy curioso, pero me pregunto si alguna vez se ha tenido esa exigencia en los conciertos y las celebraciones heterosexuales. Sería un buen invento también para los vecinos de los alrededores de nuestro recinto ferial, o para los de los barrios cuando celebren su semana cultural, por ejemplo. La homofobia toma las más sorprendentes y variopintas manifestaciones a la hora de enmascararse en buenos propósitos, aunque no por ello pierde su esencia de desprecio y rechazo.

Con el Día del Orgullo Gay pasa como con otras fechas, que gustaría no tener que seguir celebrando, porque sería señal de que ya se habrían conquistado los objetivos que persigue. Sin embargo, mientras continúen condenando a muerte a homosexuales sólo por serlo, en tanto sea ilegal y esté penalizado sentir como quieras, hasta que la discriminación no se convierta en respeto a una identidad y a una orientación sexual, cualesquiera sean éstas, esta efemérides internacional tendrá razón de ser.

Y como bastantes trabas les pone ya la vida a gays, lesbianas, bisexuales y transexuales, que nadie se atreva a amordazar la música y silenciarla con un reparto de auriculares que obviamente ha supuesto un fracaso total en la práctica. ¿A quién se le ocurre tratar de silenciar las fiestas? Es tan absurdo como querer acallar los sentimientos de quien no sigue el trazado mayoritario comprendido en la campana de Gauss. Lo más frecuente tiene derechos, pero no más que lo menos frecuente; aparte de que el corazón no ha de moverse al compás de las mayorías.

Así que vamos a empezar por respetar y a no discriminar por ningún motivo, con lo que lograremos que esta celebración se quede en anécdota (como las marchas feministas pidiendo el derecho al voto femenino, por poner un ejemplo). Y que en ese respeto vaya incluido el no pretender que las manifestaciones reivindicativas sean mudas; porque puestos a molestar,  molesta mucho más la homofobia que la música, eso seguro.