POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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ETIQUETAS


Aunque nacemos desnudos, muy pronto se nos empieza a asignar etiquetas de todo tipo, hasta el punto de que al final nuestra verdadera personalidad queda desfigurada bajo el peso de innumerables prejuicios, la mayoría de las veces bastante ajenos a ella. Como si a alguna gente le fuera más fácil relacionarse con adjetivos, no duda en quedarse con la pobreza de unos vocablos sueltos, relegando increíblemente a un segundo plano, y a veces ni eso, la innegable riqueza de la totalidad del discurso.

Se nos quiere fragmentados y bien ubicados en compartimentos estancos, con el claro propósito de negarnos la pertenencia a otros. Cada etiqueta es un marcar distancias, un crear un tan innecesario como injusto alejamiento. Y sin embargo, las personas somos una totalidad que engloba mucho más que unas meras características con los que identificar unos rasgos. ¿Para qué quedarse con una parte pudiendo abarcarlo todo? Es algo que no logro comprender aunque lo intente.

Con el variopinto repertorio con el que se nos etiqueta a lo largo y ancho de la vida se podría elaborar un completo diccionario, pero ni tras su lectura completa se tendría un meridiano conocimiento acerca de nuestras personas. Aparte de que si los antónimos se anularan entre sí, muy pronto quedaríamos tan desnudos como nacemos. Y es que al igual que el tiempo no cabe en los relojes, la verdadera esencia humana no puede constreñirse en unas cuantas palabras.

Nadie es igual con todos y a todas horas, podemos partir de este axioma sin mayores dificultades. Ni a nivel físico -si a veces nuestra belleza resplandece, otras estamos “feos pa mono”-; ni en cuanto a carácter, personalidad, sentimientos, emociones, ideales, creencias, valores, principios…Se puede ser la persona más deliciosa y también la más indigesta, según con quién o el momento. Y ambos calificativos serán tan verdad como mentira.

Así que cada quien haga lo que guste y si quiere engalgarse con una partícula, que sea feliz mientras sobre él expande su belleza infinita todo un universo de posibilidades. A la postre, cada uno elige su propia vida y la vive a su manera, gracias a Dios por otro lado. Además, siempre nos queda la opción de vivirla ignorando por completo el etiquetado con el que tratan de aprisionarnos en una necia superficialidad.

Porque no somos como dicen o piensan o creen o intuyen o sienten o saben que somos. Tampoco como decimos, pensamos, creemos, intuimos, sentimos o sabemos que somos. Ni siquiera como lo contrario de todo ello, tanto por nuestra parte como por la de los demás. Porque es mucho más simple que todo ello, aisladamente o en conjunto. Sencillamente somos.