POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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MUNDO HOSTIL


La gente no es un ente abstracto. Somos millones de personas, siete mil al acabarse el 2011, habitando un planeta compuesto en un 75% de agua. Nada más que este dato permite hablar de una humanidad viviendo en un mundo hostil: nos movemos en un medio contrario, rodeados de enemigos. Es triste constatarlo pero la idea del autor latino Plauto, expresada allá por el s. III a.C. y popularizada por el filósofo inglés Hobbes en el s. XVII, acerca de que el hombre es un lobo para el hombre, sigue absolutamente vigente. Porque si la sociedad surgió con la pretensión de favorecer la convivencia y promover la seguridad física de la especie humana, está claro que en demasiadas ocasiones consigue lo contrario de lo que persigue.

Desde luego que hay sociedades más amables que otras para con sus miembros, pero la generalidad de los pueblos en este mundo globalizado y globalizante vive inmersa en un descontento que hace soñar a sus gentes en una vida más fácil. Los sueños, cuando estamos despiertos, se convierten muchas veces en el motor que orienta nuestra existencia. Soñar es gratis y hace nacer en las personas una energía encaminada a convertir en realidad lo imaginado. Y si soñar es imaginar, la imaginación se convierte en la clave.

¿Es la sociedad actual imaginativa?, ¿sabe evitar lo que procura infelicidad a los suyos?, ¿favorece la eliminación de las barreras que encuentra el ser humano en su recorrido vital? Es evidente que podemos elegir múltiples parámetros a la hora de medir el grado de bienestar de los diferentes grupos humanos, aunque seguramente existe un tácito consenso acerca de que la prioridad es satisfacer las necesidades físicas más básicas. Sólo una vez conseguido esto se puede uno adentrar en cuestiones más espirituales. Nadie va a cantar si tiene hambre y sed; y una vez que estás saciado, nada más aburrido que no tener otra opción que volver a comer y a beber.

Las estadísticas sobre la realidad nacional, por no manejar las mundiales, mucho más negativas, señalan que más de dos millones de españoles pasan hambre; que el número de personas sin hogar que viven y duermen en la calle en unas condiciones de deterioro y marginación insoportables supera las 30.000; que somos el tercer país europeo con más consumidores de droga, sólo superado por ingleses y checos, cuando la sola ingesta de alcohol, que crece día a día entre los más jóvenes, provoca más de 13.000 muertes al año; por no hablar de la excesiva violencia que se padece por aquí y por allá, con las mujeres como principales víctimas del machismo asesino. Si a ello le unimos el maltrato a los más débiles, sean mayores, niños o animales; la soledad obligatoria que acompaña a miles de personas; un escandaloso paro que se cifra en más de 4 millones; el salvaje materialismo que provoca una vergonzosa corrupción…todo ello en una coyuntura de una gravísima crisis económica que no hace sino empeorar la situación, la verdad es que el panorama es de lo más desolador.

Es terrible comprobar que la mayoría de los recursos los atesoran unos pocos, mientras la inmensa mayoría malvive con las migajas de un sistema tan desigual como injusto. Pero ni con toda la imaginación del mundo se ha conseguido hasta el momento superar y acabar con tal desigualdad y tanta injusticia. Aunque la tensión y el malestar de los tiempos que vivimos son claros síntomas de que algo va a cambiar, si no está cambiando ya. La impotencia y el más desesperado desconcierto es el aire que respiramos los hombres y las mujeres en los albores del s. XXI. Ante ello, no tiene nada de raro que algunos prefiramos desconectar de tanta hostilidad, siquiera por unas horas, tratando de vislumbrar y admirar en el cielo nocturno la tormenta perfecta de dracónidas, la última gran lluvia de estrellas que podremos ver en los próximos 15 años. No es difícil olvidar las penas ante tanta belleza.